sábado, 7 de noviembre de 2009

Manuel Martínez Ortega: el profesor de religión, testigo de la esperanza cristiana


Dar razones de nuestra esperanza. Éste ha sido el hilo conductor de la conferencia que ha pronunciado Manuel Martínez Ortega, profesor en el Centro de Estudios Superiores Cardenal Espínola-CEU, en el III Congreso Regional sobre la Enseñanza de Religión en la Escuela, que se celebra desde ayer en Zamora.

Zamora, 7/11/09. Tras la primera ponencia del sábado 7 de noviembre, a cargo del periodista y escritor José Javier Esparza, el III Congreso Regional sobre la Enseñanza de Religión en la Escuela, que se celebra en Zamora con el lema “Otra forma de mirar…”, ha intervenido ante los más de 500 congresistas Manuel Martínez Ortega, profesor de Religión en la Escuela de Magisterio del Centro de Estudios Superiores Cardenal Spínola-CEU. Martínez fue anteriormente profesor de la misma materia en secundaria, y actualmente prepara su tesis doctoral en Teología.

El encargado de presentar al ponente fue el obispo de Ciudad Rodrigo, Atilano Rodríguez, que llamó a buscar “perspectivas nuevas, caminos y posibilidades para recorrer en la educación y en la formación de los jóvenes y los niños”. Ante la situación difícil de la educación en la sociedad española actual, que ha quedado de manifiesto en el Congreso, afirmó que “en esta realidad está el Señor, está actuando permanentemente el Espíritu Santo. A esta realidad estamos enviados para ser testigos del Señor y buena noticia. Y además, como dice el evangelio, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”.

Manuel Martínez señaló al principio de su intervención el objetivo que se proponía: “dar razones de nuestra esperanza desde la clase de religión en la actualidad de esta España que nos ha tocado vivir, sin olvidarnos en ningún momento de la necesidad de la evangelización en una sociedad que impone silencio sobre Dios y vive como si Dios no existiera”.

Constató la división que se ha producido recientemente en la sociedad española en torno a algunos temas fundamentales, “en torno al modelo de ciudadano que queremos, enormes disensiones en el prototipo de familia, en el modelo de educación que pretende forjar desde la enseñanza un determinado modelo de hombre abierto o cerrado a la trascendencia, abierto o cerrado al concepto de vida. Una sociedad que relativiza la verdad y sus fundamentos desde los diversos órganos institucionales, especialmente lo que conciernen al campo de la educación en valores de nuestros hijos”.

Y en el centro del problema señaló que “lo peor está aún por decir: el deseo fervoroso de excluir y prescindir de Dios en el mundo y en la vida de los hombres”, por lo que “nuestro gran problema es la negación radical de Dios, incluso es más, el olvido, la carencia, la indiferencia ante el tema de Dios”. El ponente remarcó especialmente las siguientes palabras, con las que subtituló su intervención: “Dios, única esperanza posible del hombre, porque a pesar de todo y desde el mismo pensamiento que eclipsa a Dios y que proclama su ineficacia, hemos de decir que si no hay Dios no hay nada, no hay futuro ni esperanza. Si hay futuro y esperanza es porque hay Dios”.

Martínez Ortega insistió mucho en el tema de la esperanza, algo capital para los docentes de enseñanza religiosa escolar, ya que “el alumno recibe muchas respuestas a sus interrogantes, mucha publicidad, muchos falsos referentes, y especialmente recibe el ataque continuo y mordaz del laicismo, de una antropología cerrada a la trascendencia y al Misterio”.

Planteó la necesidad de emplear “la oración como aprendizaje de la esperanza”, aprovechando los tiempos litúrgicos o “la belleza de las oraciones cristianas”. Porque “en esta actividad, que se puede hacer en cualquier nivel educativo, por increíble que parezca, se puede explicar la diferencia entre relajamiento corporal y mental, conciencia cósmica, encuentro con mi yo, reflexión personal, chill out, New Age y todas esas cosas light que dicen nuestros gurús del pensamiento moderno, con la verdadera interioridad del ser humano que se pone frente a frente con el Misterio, con Dios, aspirando mediante la práctica a escuchar lo que Dios quiere de nosotros”.

Claro, esto puede conllevar unas críticas bien conocidas. A ellas dio respuesta el ponente al decir que “si alguien nos acusa de catequistas en vez de profesores de religión por rezar en clase, diremos que estamos trabajando la educación desde la integridad del ser humano, estamos trabando la interioridad del alumno, su dimensión trascendente, su apertura al Misterio”.

En cuanto a la misión y la identidad del profesor de religión, “enviado por la Iglesia a decir lo que la Iglesia dice de sí misma, ha de ser un auténtico resorte social. Impulsando un cambio en la visión de qué es el hombre hacia quién es el hombre”. Martínez Ortega también defendió la necesidad de educar en el ocio y el tiempo libre de los alumnos, dándoles alternativas “como mostración de una esperanza más viva y rica en los fines de semana de nuestros jóvenes”.

Ante los profesores de religión venidos de toda Castilla y León, Manuel Martínez Ortega repasó varios relatos bíblicos que ayudan a dar razones de la esperanza cristiana en la clase de religión, señalando que al final “la resurrección de Jesús es una respuesta al mal y una certeza de nuestra esperanza ante el mundo”. En este sentido, la labor del profesor de religión es “devolver a Dios al hombre de hoy, vacío y viciado, devolverle la esperanza de que la muerte no tiene la última palabra, que la enfermedad, a pesar de su misteriosa incomprensión, tiene un para qué aunque no sepamos el por qué, devolver el horizonte de la confianza en que el bien no puede perder ante un rival tan vil, cobarde e injusto como el mal, aunque aparentemente venza”.

Por eso, para este ponente, “ser profesor de religión en la actualidad es aceptar el reto, el gran desafío de dar razones de nuestra esperanza en un campo de pensamiento hostil similar al de los primeros cristianos, similar a la de Jesús con sus contemporáneos, pues el drama humano y los grandes interrogantes del hombre son para todos los tiempos”. Una esperanza que se apoya únicamente en el Crucificado, el hijo de María.

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