El obispo de Lugo, Alfonso Carrasco Rouco, ha
pronunciado en Zamora una conferencia sobre la constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano
II, finalizando así las XI Jornadas Diocesanas que comenzaron el pasado
miércoles 30 con el título “A los 50 años”.
Zamora, 1/02/13. Con la conferencia de Alfonso Carrasco Rouco, obispo de Lugo, han finalizado hoy las XI
Jornadas Diocesanas de Zamora. El encargado de presentarlo fue el vicario de
Pastoral y organizador de las Jornadas, Fernando
Toribio, que trazó el perfil biográfico del ponente.
Nacido en 1956 en Villalba
(Lugo), fue ordenado sacerdote de la Diócesis de Mondoñedo y es doctor en
Teología por la Universidad de Friburgo (Suiza). Ha sido profesor de Teología
Dogmática en la Facultad de Teología “San Dámaso” de Madrid (entre 1992 y 2008),
donde también fue decano. Fue ordenado obispo de Lugo en 2008 y es miembro de
la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal
Española.
Un Concilio imprescindible
En su ponencia, titulada “Imagen
de la Iglesia en el mundo desde la Gaudium
et spes”, monseñor Carrasco comenzó con un presupuesto, citando a un autor
contemporáneo de la asamblea conciliar: “hay
que escuchar lo que el Espíritu del Señor nos dijo a todos en el Concilio
Vaticano II. Es algo imprescindible para vivir hoy la fe”.
En este horizonte se sitúa la
constitución pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et spes (GS), que “quiere
hablar de la presencia de la Iglesia en el mundo”. De ella se han dicho
muchas cosas, reconoció el ponente, “pero
a mí no se me ocurre pensar que la constitución de un concilio ecuménico pueda
estar mal hecha; al contrario, tendré que pensar cómo entenderla”.
“El Concilio verdaderamente quería salir al encuentro del mundo,
después de una época en la que se situó a la defensiva, por diversas
circunstancias históricas. La capacidad de diálogo con el mundo moderno estaba
limitada”. Y así, el obispo de Lugo hizo un repaso histórico para
contextualizar el acontecimiento conciliar: “en
los inicios del siglo XX, la Iglesia choca con problemas de ideologías internas,
y después llegan las guerras mundiales, que conmueven nuestro mundo”.
Es entonces cuando Juan XXIII decide convocar el Concilio,
con esta convicción: “debemos decirle las
verdades de la fe a tanta gente no creyente para que las pueda entender y
aceptar. Por eso hay que distinguir las verdades y la manera de decirlas”. En
aquel momento histórico, el mundo se dio cuenta de que el hombre había
conducido la historia hacia un fracaso completo, hasta la guerra total.
Decía por eso Juan XXIII que era
una época en la que los hombres podrían escuchar otra vez el evangelio. La
Iglesia tenía una percepción: “tenemos un
gran tesoro, el evangelio, y tenemos que llevarlo a todo el mundo. Este impulso
apostólico es el del Vaticano II. No era un Concilio dogmático, porque no sólo
trató cuestiones intraeclesiales, sino destinado a tratar las cuestiones de una
Iglesia que quería llevar a cabo su misión”.
Gaudium et spes: los signos
de los tiempos en el mundo
Es aquí donde se sitúa el
documento GS: “la Iglesia quiere decir
quién es ella, y lo hace en primer lugar en la constitución dogmática Lumen
gentium, diciendo que la Iglesia está en
medio de un mundo cuya historia Dios guía. Y en esta historia la Iglesia es
protagonista. Esto era revolucionario, porque suponía una voluntad de hablar al
mundo”.
Entonces había que escribir otra
constitución, porque “si la Iglesia está
en medio del mundo, ¿cuál ha de ser su relación con los otros? A ningún hombre,
creado por Dios, se le puede excluir; con todos podemos hablar, todo hombre
necesita de Dios”. Por eso GS dirá que los cristianos vivimos en el mundo
atentos a los signos de los tiempos, “los
signos de la presencia de Dios, de que Dios está en la historia. Esos signos
están atravesando la vida de los hombres”.
“El hombre es el eje del camino de la Iglesia”, se dijo en el
Concilio. “El hombre no puede vivir su fe
sin vivirla en la realidad concreta de su vida. Y viviéndola, irá al encuentro
del hermano, descubriendo ahí el diálogo para descubrirle a Dios”, señaló
monseñor Carrasco Rouco. Y se cuestionó: “¿no
es esto demasiado pretencioso? ¿De verdad todos los hombres necesitan a Cristo?
Ante esto, la enseñanza de GS es decir que en Jesucristo se realiza el designio
de Dios sobre el hombre. El hombre necesita de Jesucristo para descubrirse a sí
mismo”.
Cristo y el misterio del hombre
El Concilio dijo claramente que “ninguna ideología consigue desvelar el
misterio del corazón humano; sólo en el encuentro con Jesús se descubre el
hombre a sí mismo, descubre su personalidad, su dignidad, su vocación en el
mundo y su destino”. Éste es el desafío que propone GS, y “no puede decirse si no se corresponde con la
experiencia concreta de los cristianos”. Por eso se afirmó también que “la Iglesia es el lugar donde el hombre
puede encontrarse a sí mismo”.
En este mundo el ponente preguntó:
“si el Concilio dice estas cosas, ¿qué
hemos hecho entretanto? ¿Hemos ido por ahí en la Iglesia, por esas
indicaciones?”. El hombre se humaniza en el encuentro con Dios, y necesita
a Jesucristo para mejorar su vida y humanizarse, esto fue lo que subrayó GS.
El Concilio afirmó que “no basta tener la doctrina justa para
convencer a nadie, ni siquiera te convences a ti mismo, porque no significa
nada en tu vida. Esto es la separación entre la fe y la vida. No puedes
anunciar que el encuentro con la fe cambia tu vida si eso no es realidad en tu
vida, porque así no lo cree nadie”. Sin nuestras personas, sin los fieles
cristianos, sin un testimonio real y concreto, no hay novedad ninguna.
Hoy, dijo el obispo de Lugo, “hemos cambiado a Dios por el dinero, y es él
quien guía ahora nuestra vida y nuestras decisiones. Esto ha hecho que se hunda
la confianza, que hayan fracasado matrimonios, que se hayan perdido amigos”.
En este contexto, “faltábamos nosotros,
alguien con una fe diferente. Porque la fe en el Señor humaniza, hace al hombre
ser lo que tiene que ser. Es imposible comprender estas cosas sin la
experiencia de los cristianos”.
El hombre, camino de la Iglesia
“Una Iglesia que se olvida de los otros, de las personas que sufren, de
los necesitados… no crecerá. Sólo creceremos por el camino de la misión y del
apostolado, por el camino de nuestra vida”, afirmó. Cristo vino para
salvarnos, y el hombre es por eso el camino de la Iglesia. Y para estas cosas “Dios nos ayuda, no nos abandona; la Iglesia
es un tesoro inagotable, no venimos de la nada, sino de una tradición llena de
vida”.
Dios nos da muchos dones,
destinados a la vida real y a las cosas que parecen pequeñas, y por eso “en el día del Juicio no se van a valorar tanto
grandes hazañas como los pequeños gestos concretos hechos al hermano, como un vaso
de agua dado al sediento”. Dios a cada uno le da un carisma como camino de
santidad, sea pequeño o grande. “Todos los
carismas sirven para que le hables bien al prójimo, y así es cuando nosotros
crecemos”, ésta es una convicción del Concilio Vaticano II.
La Iglesia no está hecha para
vivir “ad intra”. Hacia dentro, es
una familia, una comunidad de hermanos con la que da gusto estar. “Pero esta Iglesia no sobrevive si nosotros
no vivimos en el mundo. No tenemos que pelearnos con nuestras circunstancias y
nuestra historia, donde puede haber algo bueno. Nosotros pensamos en
positividad hasta en la enfermedad y en la muerte, viendo ahí un bien”.
El ponente indicó, para finalizar
su intervención, que hay otros documentos conciliares que ampliaron de forma
monográfica algunos temas importantes relacionados con la postura de la Iglesia
ante el mundo moderno: el relativo a la libertad religiosa (Dignitatis humanae), y el dedicado a las
religiones no cristianas (Nostra aetate).
“Esto es un eco de la misma actitud de la
GS: nosotros tenemos que poder dialogar con cualquiera. El diálogo y la
apertura como método es un fruto de GS”, señaló. “Así el otro puede descubrir a Cristo, para que Él ilumine su humanidad”.
***
Álbum fotográfico de la
conferencia: http://bit.ly/YKpnHO
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