lunes, 12 de marzo de 2012

Palabras de vida eterna


IGNACIO RODRÍGUEZ COCO

Domingo III de Cuaresma – Ciclo B

“No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre” (Jn 2,16)

Ante Cristo y su Iglesia, algunos hoy siguen buscando signos y milagros, como los “muchos que creyeron en él viendo los signos que hacía”. Son los que sólo creen en la Iglesia por la labor caritativa que realiza, pero que reduciéndola a una ONG de beneficencia de tres al cuarto, no quieren saber nada de su doctrina ni de su moral, e incluso las consideran un “escándalo” cada vez que un obispo o el Papa las proclaman. Son los que niegan a la Iglesia que, más allá de la necesaria ayuda al pobre, pueda penetrar y transformar la vida humana en sus raíces (familia, bioética, sexualidad, economía, trabajo…) Otros buscan sabiduría y piden que “la Iglesia se adapte a los nuevos tiempos” y acepte los postulados de los poderes establecidos. Subyugados por la dictadura del relativismo, no pueden soportar que una determinada moral se muestre con pretensión de autoridad de ser el camino de la verdad y de la vida. Cualquier mandamiento, cualquier autoridad, y más aún si es de tipo religioso, es vista como algo opresivo, como una “necedad” que mata nuestra libertad y que conduce a una vida desdichada en la que “todo lo bueno o es pecado o engorda”.

Frente a esta concepción, en la Iglesia predicamos los mandamientos de un “Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles” transmitidos ya en la Antigua Alianza y recibidos en la Nueva como principio de la conducta moral que debe regir la vida auténtica de todo ser humano. Los mandamientos no se reducen a la ayuda al necesitado, sino que abarcan todos los aspectos de la vida humana, “porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre”. Dios sabe lo que somos, qué es lo que nos hace felices. Por eso, el salmo llama a los mandamientos “palabras de vida eterna”, y quien los sigue tiene “descanso del alma” y “alegra el corazón”.

Jesús, como “Dios celoso” de la casa de su Padre, no puede soportar cómo el primer y principal mandamiento “no tendrás otros dioses frente a mí”, expresado en el Templo con el culto al único y verdadero Dios, es transgredido. Hoy, como siempre, la Iglesia corre el peligro de llenarse de cambistas que cambian su doctrina, principios y mandamientos; que quieren desvirtuarla, reducirla o convertirla en lo que no es, para que, abandonando el culto al Dios verdadero, termine adorando a “otros dioses” y se convierta en un mercado de ideas y creencias en el que cada uno construye su religión a la carta. Jesús los expulsó del Templo a azotazos; ¿estaríamos contraviniendo algún mandamiento si hacemos un cordel de cuerdas y “expulsamos” del Templo a los mercaderes…?

La Opinión-El Correo de Zamora, 11/03/12.

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