domingo, 13 de noviembre de 2011

Política y cristianismo


ÁNGEL CARRETERO MARTÍN

El próximo domingo elegimos a nuestros gobernantes. Tal y como está la situación dentro y fuera del país no es extraño que cunda el desánimo y la falta de esperanza en que las cosas vayan a ir mucho mejor después del 20-N. A pesar de los pesares es necesario que recuperemos la confianza en la clase política y en el convencimiento de que es más numeroso el grupo de empeñados con los ciudadanos que el de los aprovechados a su costa. Supongo que algo de esto debe de estar en la mente del episcopado español cuando anima a acudir a las urnas ante las próximas elecciones. La nota que ha publicado no pretende decir a quién tenemos que votar, sino ofrecer unas «consideraciones desde el horizonte de los fundamentos prepolíticos». En este sentido todos estaremos a una al reconocer que no todo lo legalmente establecido por un gobierno, sea del signo que sea, se identifica con lo éticamente aceptable. Unas veces puede que sí, en otras el «no» es rotundo.

Por eso cada vez es más importante, urgente y deseable poder llegar a un común reconocimiento de lo bueno, lo justo y lo verdadero que no esté a merced del poder político de turno: el derecho a la vida de cada persona (desde su concepción hasta su muerte natural), el apoyo a la familia con base en la unión matrimonial de un varón y una mujer, la atención prioritaria a los desfavorecidos y desempleados, la libertad de los padres a la hora de educar religiosa y moralmente a sus hijos sin interferencias del papá estado, la paz y la unidad de la nación dentro de la legítima diversidad, etc.

Los cristianos tratamos de ser los primeros implicados en un mundo más justo y solidario del que hasta ahora han logrado quienes rigen los destinos de los pueblos. Más aún: somos conscientes de que sólo si cada uno de nosotros realiza sacrificios radicales en la manera de vivir hará que, poco a poco, vayamos más allá del cumplimiento de la legalidad en la solución a los graves problemas que se presentan al conjunto de la sociedad. Es como cuando los ecologistas nos recuerdan que la conservación del planeta es cosa de todos, de esfuerzos personales, no sólo de decisiones políticas.

No quiero decir con todo ello que el cristianismo busque suplantar al estado, pero tampoco éste puede pretender tutelar a la Iglesia: «a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César» (Mt 22, 21). Dar un voto de confianza a nuestros políticos no significa que vivamos en el mejor de los mundos ni que la política pueda llegar a gestar la mejor de las sociedades. Sólo quienes nos sabemos ciudadanos de dos mundos, el de la sociedad terrestre y el de la futura ciudad celeste, conocemos el remedio de salvación contra toda crisis: poner a Dios en el lugar que le corresponde. Sin Él, sin sentido y sin valores vamos construyendo un infierno social que no ha hecho más que comenzar.

La Opinión-El Correo de Zamora, 13/11/11.

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