FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ
Solemnidad de Cristo Rey – Ciclo A
“Venid, benditos” (Mt 25,31-46)
La tierra no es el cielo, ¡gracias a Dios! Un cielo en la tierra siempre supone la violencia y la insolidaridad de algunos para resguardar su pedacito de felicidad, por otra parte, siempre pasajera. Siempre supone unos extrarradios llenos de miseria que se convierten en tierra infernal para muchos. Pero, ¿cabe esperar desde la tierra un cielo en el cielo? Muchos no lo creen, a la mayor parte nos cuesta creerlo, por eso nos agarramos con uñas y dientes a este mundo como un niño el primer día de colegio se agarra a su madre llorando desconsoladamente porque la tiene que dejar quiera o no. Lo que hoy nos anuncia el evangelio es que un día los días se acabarán. Esto no hace falta creerlo, es tan evidente que de pura evidencia se pierde en los recodos de nuestra memoria y lo olvidamos. Pero es así, los días están contados, sean más o menos, un día terminan. Y el cielo o el infierno de la tierra se acaban. Y entonces ¿qué?
Ahora viene en el evangelio lo que hay que creer y es difícil de creer. Se abrirán los cielos verdaderos y se oirá una voz que diga: «venid, benditos de mi Padre» porque vuestra vida recogió el dolor de los que os rodeaban y sembró amor en pequeños gestos de acogida. Y entonces, cuando la muerte haya parecido acabar con todo y no quede más que la fragilidad de nuestra existencia que no puede sostener ni siquiera lo mejor de sí misma, contemplaremos el poder del amor que tiene su nido en Dios y espera envolvernos como una gallina a sus polluelos. Entonces los que amaron con el mismo amor de Dios sin ni siquiera conocerlo dirán: «bendito sea Dios», y los que lo conocíamos ya, aunque no supiéramos vivirlo del todo, responderemos: «amén, bendito sea». Y conoceremos que los días estaban pesados y que Dios contaba hasta los pelos de nuestra cabeza sin olvidarse de los que estaban en el infierno de la tierra y de los que los visitaban desde los cielos de la tierra. Y podremos cantar: «Aleluya».
Pero, el evangelio nos alerta, en especial en estos tiempos en los que Dios parece haberse vuelto solo un consuelo del alma para muchos de esa parte del mundo donde todavía nos va bien. También la voz continuará hablando: «apartaos de mí, porque os habéis hecho malditos», porque no creísteis en el cielo del cielo, olvidando así a los que estaban en el infierno de la tierra. ¿Cómo vais a disfrutar de mi bendición si no sabéis amar? Sin embargo Dios pronuncia esta palabra hoy, para no tener que hacerlo entonces. Despertemos, pues, y bendigamos a Dios con nuestras obras para que al final sólo Cristo con su amor sea el rey del cielo y de la tierra.
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