domingo, 27 de junio de 2010

Mentiras confortantes


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

El pasado 13 de junio avanzaba «El País» las líneas maestras de la proyectada Ley Orgánica de la Libertad de Conciencia y Religiosa. Un paso más en el desmontaje social cuando esta sociedad se encuentra en estado de shock por la crisis económica. Cuando lo que se palpa son los bolsillos y no los latidos del corazón, cuando duele más el vacío en la Cuenta Corriente que la merma de valores, todo cuela, todo es posible. Hay prisa por dejar «arregladas» las leyes ante un próximo futuro nada halagüeño. Puestos a arrasar, hacerlo bien y a tiempo. Ya se encargará la oposición de dar por bueno y de bendecir con el no sabe, no contesta. A unos los matan las fobias, los antiguos rencores, las purgas no logradas; a otros la indiferencia, el dejar hacer, la indefinición, el difícil equilibrio de quien no se sabe en ninguna parte.

He leído, ¿qué menos?, esa reseña de «El País» y cada vez me reafirmo más en que la actual política socialista no ha acertado a encajar en otras tantas leyes los nobles términos de Libertad, de Educación, de Diálogo, de Memoria Histórica. Todo un camelo, un desafío que no conduce a otra cosa que a una profunda fragmentación de las creencias más fundamentales y una desintegración todavía más profunda de la capacidad de creer en cualquier cosa. Admiro la obra literaria de Milan Kundera, uno de tantos disidentes del paraíso socialista. En su «Libro de la risa y del olvido» se lee: «Para liquidar las naciones lo primero que se hace es quitarles la memoria. Se destruyen sus libros, su cultura, su historia. Y luego viene alguien y les escribe otros libros, les da otra cultura y les inventa otra historia. Entonces la nación comienza lentamente a olvidar lo que es y lo que ha sido». ¡A qué nos suena! Curioso, Milan Kundera nació y vivió en Checoslovaquia, allá del telón de acero, de esa superestructura de la hoz y del martillo tan añorada aquí por algunos.

Esta Iglesia Católica que tanto repatea se está convirtiendo en refugio y tabla de salvación para muchos de los lanzados por la borda del socialismo, ese barco que naufraga bajo el oleaje de la cruda realidad. Ahora, con el agua al cuello, nos alegran con músicas celestiales. Hago mía la afirmación del escritor y novelista soviético Vasili Grossman en su obra «Todo fluye». Iván Grigórievich, su personaje, después de 30 años en el Gulag dice: «Siento que en mí sólo queda viva mi fe: la historia de los hombres es la historia de la libertad, el paso de una libertad menor a una libertad mayor» (¡y no al revés!). A esta Ley de Libertad Religiosa le sobra el término «libertad», su inclusión no es más que una mentira confortante. ¿Quién ha dicho que la ley prevalezca sobre la conciencia?

La Opinión-El Correo de Zamora, 27/06/10.

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