JESÚS GÓMEZ
Domingo III de Pascua – Ciclo C
“Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 1-19)
Lo placentero, la prosperidad, la salud y otras muchas cosas las asociamos a lo bueno. A lo malo, por el contrario, asociamos otras muchas cosas: la enfermedad, la escasez y lo molesto. Dos palabras, lo bueno y lo malo, el bien y el mal, que condicionan nuestras vidas; sobre todo, en el orden más decisivo, el orden moral. En este orden el bien y el mal se confunden; no existe raya que los separe; son la cara y cruz de la misma moneda. Ideologías opuestas se alían como Herodes y Pilatos, para ponerlos en la picota; sin embargo, ni los Poderosos han logrado arrancarlas de la vida ni las Academias borrarlas de sus diccionarios. Si no existieran, como no existen en el mundo animal, seríamos como son los animales; sin libertad. No lo somos, pero nos acercamos mucho, cuando están borrosas o muy borrosas. Y puesto que no consiguen suprimirlas, regímenes totalitarios y regímenes relativistas las emborronan lo más que pueden. Hasta tal punto es así, que totalitarismo y relativismo son convertibles. Los dos anulan la libertad y los dos consideran al cristianismo como su enemigo más poderoso.
Es innegable que en el mundo occidental de hoy, en el orden político y en el mediático la Iglesia hace pupa; molesta, molesta, molesta y molesta demasiado porque se empeña en mantener muy claras y legibles esas dos palabras: lo bueno y lo malo, lo que es bueno y lo que es malo. Consiguientemente de una u otra forma se intenta apagar su voz. ¡Prohibido hablar!
«Os hemos prohibido hablar de ese hombre" dijeron las autoridades judías a los apóstoles. La expresión «ese hombre" está cargada de hostilidad y desprecio. ¿Por qué? Porque ese hombre hablaba con autoridad. «Es el Señor», como lo reconoce su discípulo. Señor absoluto y con autoridad absoluta; sin embargo es el Defensor absoluto de la libertad. Lógico que allí donde reinen sistemas totalitarios y relativistas moleste la existencia de otra autoridad absoluta que les salga al paso. Y en el orden moral, que envuelve toda actividad humana, les sale al paso Jesús, el Señor, a través de la Iglesia. Prohibido, pues, y bajo amenazas, hablar a la Iglesia. A la prohibición respondieron los apóstoles y seguimos respondiendo los cristianos: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Entre las autoridades judías, como entre otras autoridades, un hombre honrado y conocedor de la Ley emite un dictamen disidente: «desistid de meteros con la Iglesia. Porque, si esa empresa proviene de hombres, se disolverá; si proviene de Dios, no podréis disolverla».
No hay comentarios:
Publicar un comentario