NARCISO-JESÚS LORENZO
Domingo de Pascua de Resurrección – Ciclo C
“Entró el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó” (Jn 20, 1-9)
Feliz Pascua, amigos lectores. Es mi más sincero deseo para todos. Celebramos la Resurrección de Jesús como conclusión de una semana en la que la Iglesia nos ha ofrecido la oportunidad de vivir sacramentalmente los acontecimientos principales de nuestra redención. Esto significa que a través de la liturgia Cristo se ha comprometido a hacerse presente entre los suyos hasta el final de la historia. «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los tiempos». A través de la Palabra de Dios proclamada y de las acciones rituales podemos comulgar, entrar en contacto con los acontecimientos de la Pasión, Muerte, Sepultura y Resurrección de Jesús. Porque todo en Cristo nos salva. Como aquella mujer que sufría hemorragias, que con sólo tocar la orla del manto de Jesús quedó curada, nosotros podemos, a través de los actos litúrgicos, asomarnos, por ejemplo, al sepulcro y descubrir que está vacío y oír decir al ángel: «No busquéis entre los muertos al que vive. Ha resucitado». Estos días hemos podido, además, escenificar en nuestras calles la Pasión del Señor, a través de los diversos desfiles procesionales (los que han podido salir). Muchos han rezado, desde hacer la señal de la cruz ante una imagen del Salvador o de la Virgen María que pasaba, hasta el sacrificio de salir descalzo, a pesar del frío y de la humedad, para sentir, como me dijera un niño hace algunos años, algo de lo que sufrió Jesús. La emoción nos ha embargado en muchos momentos, el último el de esta mañana cuando la imagen de María se ha encontrado con la de su Hijo Jesús y se ha desprendido de su manto de luto y de tristeza. Y hemos vuelto a ver cómo Ramón Álvarez, nuestro más grande imaginero, talló con gubia teológica el cuerpo del Resucitado como el de un adolescente, para expresar la nueva vida que el Padre infundió, mediante el Espíritu Santo, en la humanidad destruida de Jesús. Sólo permanecen en su cuerpo las señales de la Pasión, las heridas de su costado, de sus manos y de sus pies. Con ello el Señor nos está recordando que su vida en la tierra y su nueva vida en la gloria del Padre tienen un mismo denominador común: su pasión por la humanidad, dolorosa y gloriosa a la par.
La noticia de la Resurrección nos llena de alegría y de esperanza. Es la razón de ser de la fe de los cristianos y el fundamento de la Iglesia. Esta alegría, aunque se vea empañada algunas veces, se impone siempre y nos hace seguir caminando a pesar de las dificultades, debilidades y persecuciones. Termino esta pequeña reflexión con el saludo pascual entre los cristianos de oriente: «Cristo ha resucitado». A lo que se responde: «Verdaderamente ha resucitado».
No hay comentarios:
Publicar un comentario