FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ
Domingo XXVI del Tiempo Ordinario - Ciclo B
“No se quedará sin recompensa” (Mc 9, 38-48)
En estos tiempos en los que nuestra sociedad está dejando de ser cristiana existe una tentación que persigue a los cristianos más fieles. Frente al espectáculo de tantas actitudes y acciones que se han vuelto normales y que nosotros, después de conocer a Cristo, no podemos aceptar, estaríamos a un paso de condenar esta sociedad como perversa. Además aparecería en nuestra retina una ceguera incapaz de dejarnos ver cómo el espíritu de Cristo se extiende más allá de la Iglesia. Si un día contra Cristo se dijo: «¿es que de Galilea puede salir algo bueno?», hoy los cristianos estaríamos tentados de decir: «¿es que de nuestra sociedad puede salir algo bueno?».
Sin embargo la realidad es contundente: gestos de generosidad, de compañía a personas que se encuentran solas, de perdón, de lealtad, de fidelidad… aparecen a nuestro alrededor y no siempre son realizados por personas creyentes o practicantes. Si alguno tuviera la tentación de hacer de menos todo este movimiento de vida que aparece también hoy, recibiría el reproche que hace Jesús a sus discípulos cuando se quieren hacer a sí mismos portadores exclusivos del bien en el mundo. Esta actitud no aparece sólo cuando criticamos, sino sobre todo y más sutilmente cuando nos creemos que sólo nosotros hacemos las cosas bien.
Por otra parte, Jesús después de enseñar a los discípulos que los otros son también suyos porque hacen el mismo bien de Dios, los vuelve hacia ellos mismos, quizá todavía un poco reticentes a esta idea, para hacerles comprender que están siempre a un paso de ser fuente de escándalo para los «de fuera», porque el pecado les acecha igualmente y no siempre saben, pueden o quieren vencerlo. En este sentido, Jesús enseña que el juicio verdaderamente necesario es el que hacemos sobre nosotros mismos desde lo que hemos recibido de él.
Jesús viene a decir a los discípulos: alegraos cuando veáis moverse el bien en vuestro entorno, porque yo me muevo en él, no importa de quién venga; y, sobre todo, andad con ojo, pues si habéis recibido mi Espíritu no es para juzgar y condenar al mundo, sino para reflejar mi presencia con vuestras obras. Si no lo hacéis, vuestra vida cristiana se convierte en escándalo y sólo valdrá para ser echada fuera.
No me hagáis condenaros con vuestra propia medida, pues quiero que nadie quede sin mi recompensa de vida.
La Opinión-El Correo de Zamora, 27/09/09
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