domingo, 5 de septiembre de 2010

La historia de un esclavo


JESÚS GÓMEZ FERNÁNDEZ

Domingo XXIII del tiempo ordinario – Ciclo C

“Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 25-33)

Carta desconocida la de san Pablo «al querido Filemón colaborador nuestro, a Apia nuestra hermana y a Arquipo nuestro compañero de armas». Esposo, esposa e hijo, muy queridos de san Pablo. Familia rica, en su casa se reunían los cristianos para celebrar la Eucaristía y «recibían alivio cordial en sus necesidades». Carta, la más breve del epistolario paulino, rebosante de cordialidad; el único escrito de la Biblia, la única palabra de Dios dirigida a una familia y ¡qué familia! «Doy gracias a mi Dios —dice san Pablo— haciendo constantemente mención de ti en mis oraciones, ya que tengo noticias del amor y de la fe que tienes en el Señor Jesús».

Toda hacienda greco-romana y rica del s. I, aunque fuese cristiana, estaba llena de esclavos. Un esclavo de Filemón, Onésimo de nombre, con las manos llenas, se ha fugado y ha ido a perderse en Roma o en Cesarea de Palestina, donde espera no ser encontrado. Huido y ladrón, como vuelva a caer en manos de Filemón, lo más seguro es que termine en la cruz. Era la costumbre. En Roma o en Cesarea, Onésimo vino a caer en manos de san Pablo y se bautizó. ¿Qué hará san Pablo? ¿Devolverlo a su amo o callar como si nunca hubiese conocido a Onésimo? Callar sería traicionar a su querido colaborador; además, quiere quedarse con Onésimo, pues lo cree muy onésimo, que significa «ser útil». Tendrá que devolverlo a Filemón. Eso sí, no lo devolverá solo ni con las manos vacías. Irá acompañado por Tíquico y llevará una carta de recomendación. Merece la pena leerla:

Te suplico por este hijo mío... Te lo envío de nuevo, es decir, que te envío mi propio corazón… Quería retenerlo a mi lado, pero nada quise hacer sin tu consentimiento… Quizás se separó de ti para que lo recuperaras para siempre no ya como esclavo, sino como hermano muy querido tanto en la carne como en el Señor… Recíbelo como a mí mismo. Si en algo te perjudicó, ponlo a mi cuenta.

¡Cuán lejos y cuanto más eficaz es este lenguaje que el de los puños en alto! Tratar a un esclavo como hermano es mucho más que concederle la libertad. Liberto, llevaría siempre encima el estigma de su antigua esclavitud; en cambio, tratado como hermano sería reconocido como igual en dignidad y respeto. Esto mismo podemos aplicar al inferior en la escala de mandos, que debe ser tratado como igual en dignidad y respeto. No arremete san Pablo contra el orden establecido, sino que ruega a un magnate cristiano que obre de acuerdo con las exigencias de su fe. Y la esclavitud desapareció sin traumas. Si los magnates cristianos de hoy siguieran las directrices de Pablo, no faltaría el empresariado ni el mercado de bolsa; pero tampoco se hubieran producido el derrame del gas MIC en Bhopal (20.000 muertos) o el de petróleo en el golfo de México ni la crisis económica ni la corrupción política que padecemos. Cuando los cristianos nos ponemos a vivir como auténticos cristianos, la sociedad cambia.

La Opinión-El Correo de Zamora, 5/09/10.

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