sábado, 18 de septiembre de 2010

Comunión imposible


AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ

Domingo XXV del tiempo ordinario – Ciclo C

“No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 1-13)

Con frecuencia Jesús utiliza en el evangelio expresiones contundentes y radicales que desconciertan e incluso crean cierto malestar. Son indicadoras del replanteamiento radical de la vida que continuamente ha de hacerse quien de veras acepte el compromiso de seguirlo, en la certeza, siempre oscura, de que es un camino de salvación y de Vida.

No es posible servir a Dios y al dinero por lo mismo que no se puede tener como señores a dos realidades incompatibles. Y no es que Dios sea contrario al dinero en cuanto medio necesario de vida; son incompatibles en cuanto señores que reclaman en exclusiva el corazón y la vida. Dios es el único Señor: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón? y al prójimo como a ti mismo». No debe haber otro.

Los frutos de servir a uno u otro son totalmente diferentes. Quien ama a Dios sobre todo, necesita mostrar en su vida todo aquello que Dios quiere: el servicio, la generosidad, el amor, la justicia, la solidaridad con los necesitados, el perdón? Por el contrario, quien coloca el poseer como el centro de su vida (aunque sus palabras puedan decir otra cosa) evidenciará en su conducta lo que Amós denuncia en la primera lectura de hoy: «exprimís al pobre? aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias». En las causas y en las consecuencias de la crisis económica actual se hace patente una vez más la verdad de la frase de Jesús, también su actualidad. No dejamos de comprobar que «nada hay nuevo bajo el sol». Cambiarán los contenidos formales o las expresiones, pero las actitudes básicas siguen siendo las mismas hoy, hace 2000 años o cuando escribió el profeta Amós en el siglo VIII a.C.

¿Entonces la fe cristiana es enemiga del progreso económico o del crecimiento del nivel de vida? De ningún modo. Sí lo es de que éstos se conviertan en ideología, se absoluticen y se consigan arrasando otros valores mayores, como la justicia, la verdad o la dignidad de las personas.

Muchos pensarán que el cristianismo consiste en una ética. Indudablemente la exige, pero es ante todo tener como único Dios al Padre que quiere el bien para todos los hombres sin exclusión hasta el punto de haber entregado a su Hijo para salvarlos, y saberse acogidos y comprometidos al mismo tiempo en su mismo sistema de valores, tantas veces extraño entre nosotros. Es un don y una tarea.

La Opinión-El Correo de Zamora, 19/09/10.

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