domingo, 8 de agosto de 2010

Un monaguillo de cinco metros


LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO

Ni en agosto nos libramos de las malas noticias, qué le vamos a hacer. Ayer este mismo periódico nos mostraba en toda su crudeza unas palabras terribles en la conmemoración del 65 aniversario de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, pronunciadas por uno de los militares autores de la masacre: «lo volvería a hacer». Y nos extrañamos luego de las cosas que pasan, y tenemos la cara de volver a decir que eso del pecado es algo obsoleto, un concepto que ya no sirve. Que me lo demuestren.

Por eso hoy he querido recoger en esta columna otra noticia de esta semana, que ha pasado más inadvertida para los grandes medios, pero que no deja de tener su importancia y su curiosidad. Si el pasado mes de junio nos juntábamos 15.000 curas para clausurar en Roma el Año Sacerdotal, otros ministros de la Iglesia nos han superado. Porque el miércoles pasado, 4 de agosto, Benedicto XVI recibió nada más y nada menos que a 53.000 monaguillos de toda Europa. Habían acudido allí -la mitad de ellos, alemanes- en una peregrinación internacional, convocada por una institución que lleva el nombre en latín (Coetus internationalis ministrantium) y que agrupa a los niños y jóvenes servidores del altar a lo largo y ancho del mapa, y que cumple medio siglo.

En el Papa se personalizó el agradecimiento de toda la Iglesia a los monaguillos, a estos chavales -chicos y chicas- que realizan la importante tarea de ayudar al sacerdote en la liturgia. No son un simple adorno en el templo y en las celebraciones, sino verdaderos ministros, es decir, servidores. Cuando cada vez quedan menos niños en nuestros pueblos, y cuando cada vez menos familias consideran la fe como algo importante que transmitir a las nuevas generaciones, los monaguillos siguen recordándonos la centralidad del sacramento de la eucaristía en la vida de los cristianos. El obispo de Roma así se lo dijo, y dijo sentirse monaguillo otra vez, entre tantos acólitos. «Hace más de 70 años, en 1935, comencé a ser monaguillo; por tanto, he recorrido un largo itinerario por este camino», les dijo. Y bendijo una estatua de San Tarsicio, realizada por un artista suizo. Tarsicio, niño romano patrono de los monaguillos, fue asesinado en el año 258 por defender la eucaristía que llevaba a los creyentes encarcelados. Un ejemplo de humanidad antiguo, es verdad, pero que contrasta con otros elementos que nos trae Hiroshima tantos años después. Gracias a todos los monaguillos, que nos recuerdan la importancia de vivir para servir.

La Opinión-El Correo de Zamora, 8/08/10.

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