La Diócesis de Zamora ha celebrado esta
mañana, en la fiesta de San Juan de Ávila, su Jornada Sacerdotal, con la
eucaristía presidida por el obispo, una conferencia sobre la vida de los presbíteros
a la luz del Concilio Vaticano II y una comida donde se ha homenajeado a siete
sacerdotes que celebran sus aniversarios de ordenación.
Zamora, 10/05/13. Hoy, memoria litúrgica de San Juan de Ávila, patrono del clero secular español y nuevo Doctor
de la Iglesia, la Diócesis de Zamora ha celebrado un año más la Jornada
Sacerdotal, momento de encuentro festivo del clero que ha incluido la
celebración de las bodas de platino de Gregorio
Gallego, las bodas de diamante de Fabriciano
Martín, Eufemiano Morán y Lorenzo Luciano, las bodas de oro de Tomás Calero y Marcelino de Dios, y las bodas de plata de Antonio-Jesús Martín.
Los actos comenzaron a las 11
horas, con la eucaristía presidida por el obispo, Gregorio Martínez Sacristán en la iglesia de San Andrés,
concelebrada por la mayor parte de los sacerdotes de la Diócesis. Fue el
momento central de la jornada, y contó con la presencia de familiares, amigos y
antiguos feligreses de los curas jubilares.
La centralidad de la vinculación con Cristo
En su homilía, el obispo señaló
cómo “la Palabra de Dios que hemos
escuchado nos ha recordado los sinsabores y dificultades de los primeros
cristianos construyendo la Iglesia de Dios. Ésos sí eran trabajos y cansancios.
Y en medio de ellos, la palabra de San Pablo, que da color y sabor a lo que
están haciendo”, ya que “el Señor se
le aparece a Pablo en Corinto y le dice: no temas, yo estoy contigo, nada ni
nadie podrá hacerte daño”.
De hecho, indicó a los
sacerdotes, “ésta es la experiencia que
se ha de tener en el apostolado, porque si no, el apostolado puede con
nosotros, y nos convierte en trapos viejos, en papeles zarandeados por
cualquier viento que venga”. Por eso, subrayó, “la experiencia fundamental es la vinculación con Cristo, que es el
sostén de nuestra vida y de nuestro apostolado”.
Monseñor Martínez Sacristán
afirmó que “la Iglesia no se construye
por nosotros, sino que avanza porque el Señor Jesús la guía y la lleva. Nosotros
tenemos que estar agarrados, imantados al Señor resucitado, cuya presencia en
medio de nosotros es evidente y patente. Sin ser percibido, el Señor está. No
estamos solos en el camino de la vida, nunca”.
Romper las cadenas de la tristeza
En su exhortación, el obispo indicó
el camino a seguir al presbiterio diocesano: “que no vivamos con miedo, arrugados, sino todo lo contrario, con valor
y con fuerza”. E hizo una llamada explícita a la alegría cristiana: “nosotros necesitamos la fuerza del Señor
para convertir nuestra tristeza en gozo. El gozo del Espíritu Santo, que hay
que tener, que hay que pedir y que se nos da. Ese gozo debe romper las cadenas
de la tristeza, del pesimismo, de la inanición, superando los sinsabores y los
peligros con alegría”.
También tuvo en su homilía un
recuerdo a los sacerdotes fallecidos, “que
han dejado su vida en el servicio de esta tierra de Zamora, buscando el Reino
de Dios”. Y se dirigió a los que celebran su aniversario de ordenación: “al contemplar vuestra vida, vuestra
historia, vuestros pasos por la Diócesis en estos años, reconocemos la gracia
de Dios, la fuerza del Espíritu, el valor de Cristo, los dones que os ha dado y
que habéis hecho fructificar en esta tierra”. Y añadió: “vuestro currículum es el de hombres
entregados al servicio de Dios para el bien de las almas, al estilo de San Juan
de Ávila”.
Llamada a la espiritualidad y a la comunión
El obispo se refirió a la figura
del patrono del clero secular español: “que
San Juan de Ávila aumente nuestra santidad, nos ayude a ser santos acercándonos
a él, dándonos el espíritu de la espiritualidad. Nos hace falta, más que nada
en el mundo, para subsistir, para mantenernos, para poder decir algo a nuestro
mundo. La espiritualidad es la armadura de nuestra vida sacerdotal”. Junto
a esto, señaló: “no cada uno por su
cuenta, sino todos unidos. Las individualidades sobran. ¡Sobran! Y falta la
comunión de todos con todos”.
Por ello, subrayó, “no podemos vivir sin orientación
espiritual, sin acompañamiento espiritual, sin vida espiritual. Por el don que
hemos recibido en la Iglesia, no tenemos derecho al fracaso, porque es mucho lo
que ella ha puesto en nuestras manos para el bien de la humanidad”.
La vida y el ministerio de los sacerdotes, a estudio
Después de la celebración
eucarística, tuvo lugar la conferencia “El Presbyterorum
Ordinis a los 50 años del Concilio Vaticano II”, pronunciada por Gaspar Hernández Peludo, rector del
Seminario Mayor de Ávila y profesor de Teología en la Universidad Pontificia de
Salamanca. Al presentarlo, el obispo le agradeció públicamente su ayuda en la
formación de los tres seminaristas mayores de la Diócesis de Zamora, que se
forman en el Seminario Mayor de Ávila, situado en Salamanca.
Es un documento que recoge todo
el recorrido del Concilio, “uno de sus
frutos granados”, que tuvo diversas redacciones, porque se produjo un
cambio de paradigma en el acercamiento, que pasó de ser más disciplinario a ser
más misional. Como decreto, pretende aplicar concretamente la doctrina de las
constituciones. “No se entiende sin las cuatro
grandes constituciones del Concilio”, señaló el ponente, que añadió que
tampoco puede entenderse sin los documentos relativos a los obispos, religiosos
y laicos.
Gaspar Hernández destacó la
importancia de “una hermenéutica de la
continuidad, de reforma en la continuidad. El decreto Presbyterorum Ordinis no
supuso una ruptura con lo anterior, ni se puede separar tampoco de su recepción
posterior”. Hay que reconocer, además, la enorme labor de la Conferencia
Episcopal Española para la recepción de este documento y la renovación de la
vida del presbítero diocesano.
El teólogo explicó que este documento
conciliar sigue básicamente la estructura de la Regla pastoral de San
Gregorio Magno. El primer capítulo se dedica a la identidad del presbítero,
situado en la misión global de la Iglesia, y detalla su carácter secular. El
segundo capítulo habla del ministerio de los presbíteros, y el tercer capítulo
aborda la vida sacerdotal.
Descentrarse para recentrarse
Se habló mucho de la crisis de
identidad del presbítero, que “sufrió un
descentramiento para un recentramiento. El centro no es el presbítero, la
jerarquía. Hay que volver al centro, que es un triple eje: recentramiento del
sacerdocio sacramental en el único sacerdocio de Cristo, recentramiento del
ministerio en la Iglesia ministerial (al servicio del Pueblo de Dios), y la
referencia al mundo (su dimensión secular)”.
Lo propio de la vocación
sacerdotal es “servir al resto de
cristianos para que desarrollen su vocación propia. Es una misión que se sitúa
en el centro de la comunidad al servicio de ella, y al frente de la comunidad,
con una autoridad recibida como servicio”.
El documento sitúa al ministerio
presbiteral en el contexto de la misión de la Iglesia. Y el ministerio es un
don de Dios a su pueblo, un carisma suscitado por el Espíritu Santo. Además,
hay una dimensión fundamental que es la secularidad, “la referencia al mundo. Por nuestra ordenación somos consagrados para
servir al sacerdocio del pueblo santo en la Iglesia para el mundo”. Hay una
distinción del mundo que no es separación, ni temor, sino una actitud de
servicio al mundo: “distinguir para
unirse”. Por eso el sacerdote debe cultivar su humanidad, las virtudes
humanas.
Las tres grandes misiones del
presbítero se abordan desde su interrelación, dando importancia a todas, y con
un orden no casual: el ministerio de la Palabra, la celebración de los
misterios y la dirección de la comunidad, “reflejando
así las etapas de la labor evangelizadora de la Iglesia”. Además, se habla
de las relaciones del presbítero con los otros, de su espíritu de comunión: “el sacerdote no se entiende sin las
relaciones”, porque no puede desarrollar su ministerio de forma aislada. “Es necesaria la comunión que potencia
nuestra individualidad, en un triple eje: relación con el obispo, con el
presbiterio y con todos los miembros del Pueblo de Dios”, afirmó el
ponente.
La centralidad de la misión
Otro elemento importante del
documento sobre el sacerdocio es “de tipo
centrífugo, hacia afuera: el presbítero ha de participar de la solicitud para
todas las Iglesias y debe estar disponible para la misión”. El verbo
“salir” habla de la apertura misionera, en un momento en el que tenemos en el
centro la nueva evangelización. “Sólo la
Iglesia que sale es la que cumple su misión, como señala el papa Francisco.
Jesús está llamando a nuestra puerta para que salgamos”.
Gaspar Hernández subrayó la
importancia de la llamada a la santidad, que “se tiene que dar en el ejercicio de nuestro ministerio, que es donde
nos santificamos”. Destacó la necesidad de la unidad de vida ante los
riesgos de dispersión y de activismo en los curas. Y “lo que hace posible la unidad de vida es la caridad pastoral. El tema
es saber desde dónde hacemos las cosas, desde dónde tienen sentido”.
Los consejos evangélicos están
ordenados así: “la obediencia como
disponibilidad de buscar la voluntad de Dios en el ministerio y como ascesis
del propio yo; el celibato que combine la paternidad, la esponsalidad y la
virginidad; y la pobreza que hace vivir en acción de gracias y da libertad
interior para ser dóciles a Dios y para la discreción espiritual”, todo
esto “vivido en la clave apostólica, para
los otros”.
Tres acentos que hay que
articular: la ministerialidad, “ser
mediadores en una sociedad en la que muchos hombres están fragmentados”, la
relacionalidad, “ser hombres de comunión,
que integren y no separen”; y la contextualidad, “en el aquí y el ahora de cada persona concreta”. Y Gaspar Hernández
concluyó proponiendo cuatro actitudes concretas: la humildad, la valentía y el
celo del ministerio, la acción de gracias y la alegría.
En la comida de hermandad, en el
nuevo comedor del Seminario diocesano, el obispo felicitó personalmente a los
sacerdotes jubilares en nombre de todos y les dio un regalo de parte de la Diócesis.
Álbum fotográfico de la Jornada
Sacerdotal:
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