IGNACIO RODRÍGUEZ COCO
Domingo III de Cuaresma – Ciclo B
“No convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre” (Jn 2,16)
Ante Cristo y su Iglesia, algunos
hoy siguen buscando signos y milagros, como los “muchos que creyeron en él
viendo los signos que hacía”. Son los que sólo creen en la Iglesia por la labor
caritativa que realiza, pero que reduciéndola a una ONG de beneficencia de tres
al cuarto, no quieren saber nada de su doctrina ni de su moral, e incluso las
consideran un “escándalo” cada vez que un obispo o el Papa las proclaman. Son
los que niegan a la Iglesia que, más allá de la necesaria ayuda al pobre, pueda
penetrar y transformar la vida humana en sus raíces (familia, bioética,
sexualidad, economía, trabajo…) Otros buscan sabiduría y piden que “la Iglesia
se adapte a los nuevos tiempos” y acepte los postulados de los poderes
establecidos. Subyugados por la dictadura del relativismo, no pueden soportar
que una determinada moral se muestre con pretensión de autoridad de ser el
camino de la verdad y de la vida. Cualquier mandamiento, cualquier autoridad, y
más aún si es de tipo religioso, es vista como algo opresivo, como una
“necedad” que mata nuestra libertad y que conduce a una vida desdichada en la
que “todo lo bueno o es pecado o engorda”.
Frente a esta concepción, en la
Iglesia predicamos los mandamientos de un “Cristo crucificado, escándalo para
los judíos, necedad para los gentiles” transmitidos ya en la Antigua Alianza y
recibidos en la Nueva como principio de la conducta moral que debe regir la
vida auténtica de todo ser humano. Los mandamientos no se reducen a la ayuda al
necesitado, sino que abarcan todos los aspectos de la vida humana, “porque él
sabía lo que hay dentro de cada hombre”. Dios sabe lo que somos, qué es lo que
nos hace felices. Por eso, el salmo llama a los mandamientos “palabras de vida
eterna”, y quien los sigue tiene “descanso del alma” y “alegra el corazón”.
Jesús, como “Dios celoso” de la
casa de su Padre, no puede soportar cómo el primer y principal mandamiento “no
tendrás otros dioses frente a mí”, expresado en el Templo con el culto al único
y verdadero Dios, es transgredido. Hoy, como siempre, la Iglesia corre el
peligro de llenarse de cambistas que cambian su doctrina, principios y
mandamientos; que quieren desvirtuarla, reducirla o convertirla en lo que no
es, para que, abandonando el culto al Dios verdadero, termine adorando a “otros
dioses” y se convierta en un mercado de ideas y creencias en el que cada uno
construye su religión a la carta. Jesús los expulsó del Templo a azotazos;
¿estaríamos contraviniendo algún mandamiento si hacemos un cordel de cuerdas y
“expulsamos” del Templo a los mercaderes…?
La Opinión-El Correo de Zamora, 11/03/12.
No hay comentarios:
Publicar un comentario