SANTIAGO MARTÍN CAÑIZARES
Domingo IV de Cuaresma – Ciclo B
“Tanto amó Dios al
mundo, que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16)
Cuando llegan fechas de romería,
o la misma Semana Santa que ya tenemos a las puertas, siempre me hago la misma
pregunta. ¿Dónde encontrar una palabra constructiva para aquellas personas que
sobre todo están apegadas a una imagen? ¿Qué decirles sobre lo que representa
su piedad hacia esas imágenes? Algunos me insinúan que no son más que un trozo
de madera, pero me resisto a pensar así. Descubro en el evangelio de hoy una
tradición judía, que quizá me ayude en este punto.
Jesús menciona el episodio en el
que Moisés elevó aquella serpiente en el desierto. Y hace la comparación de que
de esa misma forma Él será elevado. Aquella tradición está recogida en el libro
de los Números. Cuenta cómo Moisés intercede por el pueblo ante Dios por el
ataque de una plaga de serpientes. Moisés, instruido por Dios, colocó una
serpiente de bronce en lo alto de un mástil y todo aquel que la miraba, aunque
hubiera sido atacado por uno de esos reptiles, viviría.
Cuanto menos, parece curiosa la
solución, y más cuando es conocida la inclinación del pueblo de Israel a
abandonar a Dios por otros ídolos. La tentación estaba servida: un mástil con
una serpiente que trae la salvación a quienes miran hacia ella. No es muy
diferente de la fe, verdadera, profunda y sencilla de muchos hombres y mujeres
de nuestro alrededor, que pueden tener la tentación de encerrar la grandeza de
Dios en una imagen, y más cuando puestos sus ojos en ella oran por sus
necesidades y hallan que son escuchadas.
Sea como fuere, parece que el
pueblo al recordar aquel antiguo episodio en el libro de la Sabiduría, reconoce
tras el signo de la serpiente de bronce el poder de Dios: «tenían un signo de
salvación para recordar tus mandamientos, y el que lo miraba se curaba, no por
lo que contemplaba, sino por ti, el Salvador». De esta misma forma el
crucificado que se eleva en las devociones populares y en las liturgias es
signo de aquel otro del Calvario. El mismo, que comparándose con la serpiente,
no sólo nos trae una salvación mundana de las enfermedades, sino que nos trae
una vida nueva. Porque tanto amó Dios al mundo que ya no colocó una serpiente
de bronce como signo de su misericordia, sino que envió a su propio Hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario