RICARDO CASAS LORENZO
Muchas familias deciden estos
días a qué colegio confiarán la formación de sus retoños. Una decisión
aparentemente fácil que tiene consecuencias mayores. Cuando elegimos colegio
para nuestros hijos no podemos obviar que el lugar en el que ellos se eduquen los
próximos años va a dejar una huella para el resto de sus días.
Puede que a la hora de elegir nos
rindamos a la modernidad de unas instalaciones o a la dotación de recursos. Lo
transcendente en los ambientes educativos no es la cantidad de instrumentos de
aprendizaje, ni siquiera la limpieza de las estancias y tampoco la cercanía al
domicilio. Cuando hablamos de educación lo primordial de un centro es su
Proyecto.
Los centros educativos de nuestra
provincia gozan de buena salud, de hecho los informes que emiten las
instituciones europeas (PISA) dan una nota alta al rendimiento en nuestra
comunidad. Sin embargo esos mismos estudios sólo evalúan los resultados
académicos.
¿Qué ocurre con los resultados de
la educación en las personas? Existe una tendencia acentuada en los años
precedentes que ha pretendido reducir el aprendizaje de los alumnos a lo
puramente utilitarista para el día de mañana. Como consecuencia, el olvido del
resto de dimensiones del ser humano, esenciales para su desarrollo personal y
social. Hoy la sociedad echa de menos valores humanos válidos para crecer y
construir un entorno más humano, con propuestas alternativas al estilo de vida
convencional.
En nuestra provincia contamos con
doce colegios concertados de carácter religioso en los que además de las
enseñanzas regladas por la administración educativa, nos encontraremos con un
modelo educativo definido, caracterizado por cuatro elementos esenciales: la
preparación académica de los alumnos, la incesante labor en la educación en valores,
el cuidado de la dimensión religiosa y el compromiso social con el entorno.
Quien los conoce desde dentro sabe que la preparación académica va íntimamente
ligada a una honda preocupación por formar personas íntegras asentadas en
valores éticos y religiosos válidos en el siglo XXI, porque además de formar
magníficos científicos, hemos de construir buenas personas que edifiquen la
sociedad de mañana sobre las bases del humanismo, no desde el mercantilismo. No
deberíamos olvidar que la mayor inversión que una familia hace en su vida no es
otra que la educación de sus hijos, ese será su mejor legado.
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