domingo, 4 de septiembre de 2011

De simios y hombres


LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO

Hace unos días se proyectó en Zamora, en ese gran invento veraniego que es el cine al aire libre, la película «Avatar» (James Cameron, 2010), una proeza del séptimo arte en 3D, lo que posibilitó algunas conversaciones interesantes sobre el cuidado de la naturaleza. Con el riesgo de parecer exagerado sostuve que, aunque la cinta nos plantea el nivel de destrucción del medio ambiente al que podemos llegar, cae en el extremo de la divinización. Es decir, que tenemos ante nosotros a una nueva deidad, Gaia, la Madre Tierra, un organismo vivo del que formamos parte en igualdad de condiciones con los demás seres vivos. Aunque sea en forma de parábola o de fábula, es lo que transmite la película en el fondo.

Y me acordé de lo que había leído sólo unos días antes. En la tribuna de «El País» escribió el filósofo Peter Singer un artículo en el que también comenzaba hablando de cine. A los que no le suene más que a máquinas de coser, les diré que es el representante de un utilitarismo ético que ha traído consigo aquello tan célebre del Proyecto Gran Simio. Entre sus reclamaciones, señala Singer, está el reconocer que «los grandes simios tienen una condición moral propia de su naturaleza como seres autoconscientes que pueden pensar y tienen vidas ricas y profundamente emocionales», y protestar por «el abismo moral que hemos creado entre nosotros y otros animales».

Hay otros autores, como los padres de la ecología profunda, que hablan de una energía cósmica que fluye permanentemente y que se encarna en los seres vivos, que no serían diferentes cualitativamente, sino sólo cuantitativamente. Hablan de grados de conciencia, en lo que los humanos nos encontraríamos arriba del todo, sí, pero también muy cerca de los simios más evolucionados. ¿Dónde está el peligro de todo esto, si es que lo hay? Precisamente en esa tendencia a la divinización, que nos llevaría al panteísmo: todo es sagrado, todo es Dios. Cuando se achaca al humanismo y al antropocentrismo (poner al hombre en el centro de la realidad) la destrucción de la naturaleza -aunque sea verdad que, mal entendidos, han llevado a ella-, se pasa al extremo de «adorar» lo que, en un gran avance cultural y religioso, la revelación judeocristiana consideró creación de Dios, y no por encima nuestro como algo a lo que venerar y temer. Si no hay nada peculiar en el ser humano, ¿por qué va a ser peor, moralmente hablando, el infanticidio que el asesinato de una vaca adulta? Son cuestiones para pensar, y para discernir las ofertas de sentido que hay en nuestra cultura.

La Opinión-El Correo de Zamora, 4/09/11.

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