JESÚS GÓMEZ FERNÁNDEZ
Domingo XXIII del tiempo ordinario – Ciclo A
“Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 15-20)
Primera mitad del S. II. La segunda generación cristiana está a punto de desaparecer. Papías, obispo de Hierápolis (Turquía), abordaba a todo cristiano que hubiese oído a los apóstoles. Prefería la transmisión oral a la escrita. Hasta nosotros han llegado fragmentos de sus memorias. A propósito de Mateo dice que «ordenó en lengua hebrea los dichos» del Señor. Y ordenados están esos dichos en cinco discursos que caracterizan su evangelio. El primero, las bienaventuranzas, y las malaventuras el quinto; el segundo, directrices para los discípulos, y el cuarto, directrices para la comunidad. En el centro, las parábolas sobre el Reino.
Entre las directrices para la comunidad, hoy nos interesan dos. Primera: «Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígelo a solas; si no te escuchase, toma contigo a uno o dos testigos». Por cierto, Jesús no está dictando normas que tengamos que seguir. Se atiene a prácticas existentes sin intención de imponerlas. Su pensamiento va por otros caminos. Segunda directriz: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos». Como vamos a ver, dos directrices convergentes.
Dios no es individualista. Un solo Dios, ciertamente, pero tres personas en perfecta armonía. Nosotros, sí, somos individuales. Un solo ser humano, una sola persona. Pero nunca nos quiso Dios individualistas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, el primer documento escrito sobre la vida de los cristianos, nos habla de multitud de creyentes, pero unidos en la doctrina, en la comunión, en la fracción del pan. Tenían todas las cosas en común; sobre todo, tenían un solo corazón y una sola alma. Asistían asiduamente al templo y todos iban al pórtico de Salomón; allí, todos juntos. Esta vocación a la cohesión, a la unidad más íntima, contrasta con el individualismo reinante. La exaltación de la razón, por tanto, de mi razón, nos ha conducido a introducir el individualismo en la liturgia, en la vida cristiana, en el comportamiento. De tal manera que cada uno determina lo que es bueno o malo; en lo que se dice relativismo. Todo es del color de mis gafas. La primera directriz tiene una finalidad muy clara: luchas internas en la Iglesia, enemistades y hostilidad entre cristianos dan como resultado el deterioro de la Iglesia. La segunda directriz, por el contrario, nos dice que Jesús está en medio de quienes viven la unidad. La palabra misma «congregados» ya está apuntando a la idea de comunión. Sólo entonces, cuando estamos congregados en un solo corazón, estamos congregados en el nombre de Jesús resucitado y sólo entonces Jesús está en medio de nosotros. Evidentemente, puesto que pecamos unos contra otros, al cristiano le es esencial el espíritu de humildad (reconocer el pecado personal) y de perdón.
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