domingo, 13 de febrero de 2011

Sin medida


FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ

Domingo VI del tiempo ordinario – Ciclo A

“Si no sois mejores…” (Mateo 5,17-37)

Jesús nos advierte hoy que si no somos mejores que los escribas y fariseos no entraremos en el reino de los cielos. Quizá parezca fácil, pues les hemos imaginado como unos seres hipócritas y retorcidos frente a Jesús, pero las cosas no son tan claras. Su problema, tal y como lo plantea el evangelio, es el de los hombres religiosos de todos los tiempos, en especial los que intentan con esfuerzo cumplir los mandamientos y normas de la religión. Su esfuerzo les lleva muchas veces a creerse superiores en vez de descubrir que vivir la voluntad de Dios es la única forma de que su vida no se malogre. Porque lo que nos pide el Señor no son acciones para hacer méritos ante Él, sino para que nuestra vida dé de sí lo mejor de sí misma, tal y como Él la imaginó en su designio original y la dibujó en Cristo.

Pero no, los fariseos de antes y de ahora, que experimentan el esfuerzo que supone hacer caso a Dios en este mundo donde campa a sus anchas el pecado, se dejan engañar por el resentimiento al ver cómo los que parecen disfrutar del mundo viviendo sin preocuparse ni del bien ni de la verdad son colmados a menudo por los bendiciones del mundo. Dios -piensan- volverá la tortilla y nosotros quedaremos «por encima».

Pero lo cierto es que los mandamientos de Dios dan plenitud a lo humano aunque a veces hagan pasar en este mundo por la cruz. Por eso, como hoy resalta el evangelio, la recompensa es la misma vida que se va creando en nosotros cuando no nos conformamos con cumplir externamente los preceptos del Señor, sino que le entregamos nuestro corazón con confianza. Entonces Dios mismo nos va envolviendo hasta finalmente hacer que habitemos en su misma vida y participemos definitivamente de su misma gloria, el reino de los cielos.

He aquí por qué dice Jesús que no basta con no cometer adulterio, sino que es necesario purificar el corazón de todo deseo de lujuria. O por qué pide no conformarse con no matar, invitando a purificar los deseos de venganza y resentimiento hacia los otros. O por qué invita a vivir en una sencillez de vida que sea transparente ante los demás y no tenga que esconderse detrás de juramentos y palabras vanas.

Dios sabe (¡y cómo!) que somos de barro, débiles para convertirnos del todo, pero nos invita a una lucha de fe contra el fondo oscuro de nuestro pecado. Si la aceptamos finalmente podremos contemplar cómo nos levanta y lleva a término la obra que comenzó en nosotros. Confiemos pues y no quitemos ni una tilde a los mandatos que Señor nos entregó.

La Opinión-El Correo de Zamora, 13/02/11.

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