JESÚS GÓMEZ FERNÁNDEZ
Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo C
“Anda, haz tú lo mismo” (Lc 10, 25-37)
En el centro de la parábola puso Jesús a un hombre malherido, abandonado, medio muerto, supuestamente judío, y frente a él dos comportamientos opuestos. Ante la miseria humana el sacerdote y el levita ni a curiosear se detienen. Es peligroso compadecerse e incomoda. Hugh Hefner, fundador de Playboy, había impuesto a los editores europeos de la revista: prohibido «hablar de niños, de cárceles, de desgracias, de ancianos y de enfermedades. Pero sobre todo, queda terminantemente prohibido hablar de la muerte». Estas cosas turban la dicha, estorban. Así pues, ni verlas ni pensarlas. ¿Acaso se pueden compaginar con un erotismo desmadrado? ¿No es éste el estilo de vida que se está implantando en la sociedad actual, incluso en el sistema educativo? Actitud, pues, la del sacerdote y del levita, acorde con las tendencias de hoy.
Por el contrario, un extranjero samaritano se compadece e inclinado ante el judío, aun sabiéndose odiado, le hace la primera cura, lo pone en manos del posadero y de su propio peculio abona parte de los gastos correspondientes. Va de viaje y a la vuelta abonará el resto. Cuánta molestia y complicación, la que se echó encima. Mejor que hubiera seguido su camino. Definitivamente la compasión resulta fastidiosa; aunque hoy tiene un proceder muy distinto: una inyección y logra que el pobrecito deje de sufrir. El posadero es un personaje secundario implicado indirectamente en el asunto.
El samaritano es un autorretrato del mismo Jesús. ¿Quién más extranjero que él? No es de este mundo, sino que pasó por este mundo curando enfermos; regresó a su mundo y volverá. Si Jesús es el samaritano, está claro que a la Iglesia, es decir, a todos los cristianos les confió el cuidado del hombre que sufre y que es incapaz de auto-redimirse. A los cristianos, que somos la Iglesia, nos corresponde el oficio de posaderos hasta que Jesús vuelva. Con la potestad de remediar la miseria humana más mísera, que es el pecado, y llamados al amor sacrificado y al perdón, en nuestras manos está la curación del hombre malherido.
Jesús, que criticaba a escribas y fariseos, ahora, por única vez, alude y deja malparada a la tribu levítica, separada por vocación del resto de las tribus y extraña de alguna manera a sus dolores. Al mencionarla, nos sitúa ante el mundo religioso-cultural judío. Lucas, al principio de su evangelio nos habla del sacerdote Zacarías, hombre justo, inhabilitado no obstante para bendecir y al final, de los sacerdotes que tramaron la muerte de Jesús. En contraposición Jesús cura enfermos, aporta el perdón de los pecados y su último gesto, antes de regresar a su mundo de origen, fue bendecir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario