SANTIAGO MARTÍN CAÑIZARES
Domingo VII del tiempo ordinario –
Ciclo B
“Dichoso el que cuida
del pobre y desvalido” (Sal 40, 2)
En los últimos meses, más aún en
las últimas semanas he oído comentar a algunos sacerdotes las dificultades que
tienen para poder poner el acceso adecuado al templo para las personas mayores
y los minusválidos. Y es que, desde hace tiempo, venimos tomando conciencia de
esta necesidad en los espacios públicos: el acceso más fácil para todos.
Existen rampas, entradas, zonas de aparcamiento específicas, lugares reservados
en autobuses, trenes, teatros, etc. ¡Cuánto lo hubiera agradecido el paralítico
del evangelio de hoy!
La gente se agolpaba en torno a
Jesús hasta el punto que ya no había más espacio. Luego serán los escribas
quien con su desconsideración enciendan en Jesús la misericordia para curarlo
también corporalmente; pero lo que salvó al paralítico de sus pecados fue la fe
que movió a aquellos hombres a abrir un boquete en el techo, quizá por lo que
dice el Salmo: «Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; en el día aciago lo
pondrá a salvo el Señor».
Pasa desapercibido, pero hay un
detalle al inicio del evangelio que es importante para nosotros: «al poco
tiempo había corrido la voz de que estaba en casa». Jesús estaba en su casa y
permite que le abran un boquete en el techo para que el paralítico entre. Es
capaz de dejar moldear su casa, y en definitiva su vida, para que un hombre
enfermo tenga una posibilidad de escucha, de misericordia y hasta de mejora de
su salud.
En los tiempos en que se escribe
el texto del profeta Isaías que hoy nos ofrece la Iglesia como primera lectura,
el pueblo de Israel era un pueblo débil y espiritualmente enfermo a causa del
exilio en Babilonia. Sin embargo, a través del profeta, el Señor consuela a
Israel diciéndole que le facilitará las cosas: no sólo olvidará sus pecados,
sino que pondrá caminos en el desierto y ríos en el páramo para ayudar en su
vuelta a casa.
Parece que la palabra de Dios,
hoy no armoniza mucho con la situación actual de proliferación de residencias
de mayores y enfermos, o al menos, no cuando se convierten en parking, almacén
o museo de ancianos que se visita una vez al año. Es una sugerencia de Jesús,
que para seguirle, hemos de dejar modificar nuestros techos, nuestros tabiques,
nuestros escalones e incluso nuestro corazón para acoger a los enfermos y
ancianos en nuestras casas, nuestros edificios públicos, nuestro templo.
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