SANTIAGO MARTÍN CAÑIZARES
Domingo III del tiempo ordinario –
ciclo B
“Cuando arrestaron a
Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el evangelio de Dios” (Mc 1,14).
Hace algunos años, con algunos
compañeros, inicié la lectura y el trabajo de un libro sobre cómo elaborar un
discurso. Sin duda de gran utilidad para nosotros. En él aprendimos que las
primeras palabras eran la clave de todo él: eran resumen, síntesis de lo que
queremos expresar; pero también debían ser palabras atrayentes, sorprendentes,
llenas de un misterio que poco a poco, a lo largo del discurso, se iba
aclarando y explicando.
El evangelio de Marcos que leemos
hoy es el inicio del discurso de Jesús, que después se irá concretando a lo
largo de sus parábolas, enseñanzas y acciones. Ciertamente debieron de ser
palabras impactantes: después de arrestar a Juan por predicar un bautismo de
conversión debía de sorprender que alguien volviera a alzar la voz para
anunciar que el Reino de Dios viene para aquellos que se conviertan. Un hombre
que no tiene miedo a predicar la conversión y el Reino de Dios conociendo la
suerte que corrió el último que lo había intentado. La pregunta está servida:
¿qué es el Reino de Dios para que merezca la pena arriesgar tanto la vida? Este
misterio impactante y sorprendente, y esta valentía de Jesús en el inicio del
discurso de toda su vida, es quizá lo que provocó que Simón, Andrés, Santiago y
Juan dejaran sus quehaceres rutinarios y se pusieran en camino.
Algo más le costó a Jonás ponerse
en camino cuando Dios le llamo. Su misión: predicar a Nínive la conversión.
Nínive, ciudad de la opulencia y el lujo, quizá a costa de oprimir a los que
tenía alrededor. Predicar la conversión a los sencillos, a los pobres, a los
oprimidos, a los «oficialmente buenos» hubiera sido fácil. Pero el Señor le
encargaba ir a Nínive, la ciudad de los pecadores y los «malos». Después de
resistirse, finalmente predica la conversión en Nínive y, en contra de lo que
siempre había pensado, para su sorpresa, Nínive se convierte. Y es que Dios
tiene siempre más confianza en la bondad de los hombres que nosotros mismos.
Hoy el Señor sigue llamando y
confiando en la bondad del hombre para que predique la conversión. En esta era
científica, en la que siempre tenemos que tener explicación para todo, hemos
perdido la capacidad de sorprendernos ante el misterio del Reino. Es probable
que éste sea hoy el reto de nuestra fe, nuestras celebraciones y nuestras
acciones: dejar a Dios que sea Dios, que nos sorprenda.
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