IGNACIO RODRÍGUEZ
Domingo II del tiempo ordinario – ciclo B
“Venid y lo veréis” (Jn
1,39)
En la relación de Dios con el
hombre, la iniciativa siempre corre por cuenta de Dios. Desde el principio es
Dios quien ha buscado al hombre sin descanso, ofreciéndole su amistad. En el
evangelio de hoy los discípulos de Juan buscan al Mesías y parecen ser los
protagonistas acercándose a Jesús. Pero es Jesús quien «pasaba» por allí y,
como quien no quiere la cosa «se volvió y, al ver que lo seguían, les
pregunta». Es un Dios al que le gusta hacerse el encontradizo, incluso a «las
cuatro de la tarde».
Pero muchas veces los guiños de
Dios al hombre pasan desapercibidos, y se hace necesaria la mediación humana.
Así, en la historia de Israel, Dios no ha dejado de llamar a profetas por su
propio nombre, como le ocurre al niño Samuel de la primera lectura. Profetas
proclamadores de la palabra, para que escuchada, conduzca primero a la
conversión y después al seguimiento. Profetas que nos hagan fijar la mirada en
Él, que nos lo señalen, que nos digan quién es. Tarea vivida por Juan como
último profeta, cuyos discípulos «oyeron sus palabras y siguieron a Jesús».
En el seguimiento de Cristo, es
Dios otra vez quien sale al paso interrogando: «¿qué buscáis?». Pregunta que
sitúa a cada hombre frente a la necesidad de dar un sentido a su vida que,
muchas veces olvidándose de Dios, no logra encontrar. La pregunta de los
discípulos «¿dónde vives?» manifiesta esta ansia del hombre por conocer el
camino que lleva donde habitan la vida y la verdad. En definitiva, el anhelo
profundo de ver a Dios.
El Evangelio de hoy nos muestra
la meta de esa búsqueda: Jesús. En Él se nos ofrece una manera nueva y
definitiva de situarse frente a Dios. Una relación personal, cara a cara, sin
intermediarios, en la que el Señor nos invita con el «venid y lo veréis» a participar
de su misma vida, a ver a Dios, a colmar todos los deseos y esperanzas humanas.
Una vez encontrado el Mesías, los
mensajeros y las mediaciones han de quedar atrás, pues Dios mismo se dirige a
nosotros de tú a tú. Un encuentro transformador del corazón expresado en el
cambio de nombre como signo de la renovación interior y como identificación
personal del renombrado con la misión a la que va a ser destinado: «Tú te
llamarás Cefas».
Esta misión brota como
consecuencia natural del hallazgo gozoso de lo que se ansiaba encontrar.
Porque, una vez que «hemos encontrado al Mesías», ya no queda sino seguirlo y
ver dónde vive, y quedarse con Él. Y desde esa alegre confesión de fe, no
podemos sino hacer como Andrés, que «llevó a Jesús» a su hermano, para que
todos los hombres vengan y vean, y se queden con Él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario