M.ª BELÉN SÁNCHEZ DE ANTA
La caridad es la dimensión religiosa del mismo amor humano y para el cristiano creyente es un acto de amor a Dios. Como dice el Evangelio, todo lo que se hace por otro ser humano necesitado, por Dios lo hacemos.
Para el creyente, Dios se hace presente donde se vive y se practica el amor, siendo uno de estos ejemplos la caridad hacia el prójimo y, para el no creyente que ama, también se ve que ejerce la caridad al amar a los demás. Una vida sin amor es una vida vacía, por eso también los escépticos, agnósticos, ateos y de otras religiones practican la caridad, porque aman al prójimo. Puede ser que ese amor no se base en la fe de los creyentes cristianos, pero aman y sin saberlo también están practicando el ejercicio de la caridad.
Algunas personas utilizan un lenguaje burlón al hablar de la caridad en el sentido de ridiculizar a muchas personas que hacen de su vida una dedicación plena a los demás; personas que han contraído el compromiso, que nace desde la fe, de ejercer la fraternidad ayudando a los necesitados; también trivializan el concepto de la caridad reduciéndolo a tener lástima por los demás o a dar una limosna solamente para tranquilizar su conciencia; o cuando se confunde con la justicia. Llegar a la justicia plena realmente es dificilísimo, ya que siempre habrá desiguales, pero podría aplicarse el principio jurídico de trato igual a los iguales y desigual a los desiguales. Para practicar la caridad, no sólo uno es justo cuando da al otro lo que le corresponde, sino cuando doy de mí mismo al otro.
Pero ¿cómo podemos ejercitar la caridad? Por supuesto que satisfaciendo las necesidades materiales de los necesitados, eso es lo primero, siendo generosos económicamente y dando ejemplo a nuestros hijos al preocuparnos por los más necesitados; aunque no sólo así. La podemos ejercitar dándonos a nosotros mismos; dedicando parte de nuestro tiempo a los demás; aceptando a las personas como son; comprendiendo sus errores y limitaciones; empatizando -palabra muy usada hoy en día- con los demás, es decir, poniéndonos en el lugar de los otros; perdonando en la discordia y de muchas otras formas que conducen a la universalidad en el amor fraterno, devolviendo a la comunidad parte de lo que hemos recibido de ella con la intención de ayudar a los necesitados.
La madre Teresa de Calcuta dijo que para amar no hacía falta intentar acciones espectaculares, porque amar debe ser tan natural como respirar. Todos tenemos cerca a muchas personas con las que ejercer la caridad y que vemos a diario. ¿Por qué no hacemos algo por ellas?
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