domingo, 2 de octubre de 2011

La amistad y la religión


Mª BELÉN SÁNCHEZ DE ANTA

La base de la verdadera amistad está en la sinceridad, la generosidad y el afecto mutuo; de poco valdría si lo basáramos en la mentira o engaño y en el egoísmo, ya que es necesario vivir dando, compartiendo, manifestando nuestros sentimientos o afectos a otros seres humanos, pues el valor de la amistad que nos alegra nuestra existencia, nos lleva a un trato y a una comunicación con los demás afable, cariñosa, cordial y confiada. Ahora bien la amistad se tiene que dar de uno para el otro y del otro para el uno ya que si uno da todo y no recibe nada, no habría una amistad; la auténtica amistad sucede de parte de dos no de uno sólo. Hay personas para las que no es fácil entablar amistades, bien por educación; bien por baja autoestima pensando que los demás no van a ver cosas positivas en ellos; bien por timidez; pero también creo que se requiere una destreza especial en el arte de hacer amigos.

Hay que cultivar una personalidad comunicativa que se pueda lograr trabajándola, siendo sinceros, buenas personas, alegrándonos por las cosas buenas que nos pasan y entristeciéndonos por las malas; siendo desinteresados; pero la amistad hay que cuidarla como todo lo bueno en esta vida; si queremos que sea duradero hay que mimarlo, alentarlo, animarlo; hay que respetar a las personas y aceptarlas tal y como son y procurar su bien; es una forma de amor puro y desinteresado. No hay que traicionar ni hablar mal a sus espaldas, hay que tener armonía entre las dos personas y por eso decimos: «quien tiene un amigo tiene un tesoro». Un buen amigo es para toda la vida, esto supone ser elegido entre los demás y ser merecedores de una atención especial viendo lo mejor de nosotros mismos.

Como dijo Lacordaire: La amistad es el más perfecto de los sentimientos del hombre, pues es el más libre, el más puro y el más profundo.

Este sentimiento que nos proporciona la amistad también es aplicable a nuestra amistad con Dios. ¿Cómo? La satisfacción vital que encuentran los creyentes a diferencia de los no creyentes en la amistad con Dios está en el sentido de pertenencia a una comunidad no en las creencias. Sentarse sólo en un banco de la iglesia o tener una actitud fraternal abstracta no mejora nuestro bienestar, hemos de estar integrados o al menos sentirnos integrados de pertenecer a un grupo y esto nos lleva a mejorar la vida de los fieles predicando una auténtica felicidad y bienestar psicológico ya que repercute en nuestra salud. Cuándo nos sentimos cerca de Dios, ¿no somos más felices?

La Opinión-El Correo de Zamora, 2/10/11.

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