JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN
Quien entra en un Banco o en una Caja de Ahorros se ve solicitado, aun sin querer, por toda una profusión de propaganda que pregona las excelencias de la entidad, del ahorro y la inversión. «Estamos aquí para ayudarte», rezan los eslóganes, «llámalo más ventajas, llámanos futuro», «tu oportunidad está aquí mismo»… Las entidades bancarias han entendido a la perfección y han traducido el consejo evangélico de poner el dinero a resguardo de la polilla y de los ladrones y se ofrecen, cómo no, a la benéfica función de guardar y multiplicar los bienes. Leo una y mil veces esos anuncios de propaganda y los cotejo con las imágenes de televisión en las que agentes de bolsa se muestran con rostro desencajado y con la mirada clavada en los paneles que marcan el imparable desplome de los valores. Vacíos andan ahora esos locales que no hace tanto fueron hervidero de compradores y vendedores. Antes era la necesidad la que obligaba a esfuerzos mentales, a un plus de ocurrencia; ahora se funden los sesos, se paga una idea, un eslogan, se contrata un busto de famoso que convenza y venda.
En el contexto de un mundo que pretende vivir cada día mejor, olvidar la necesidad y tener bien amarrado y asegurado el futuro, hay que leer y entender la afirmación del apóstol Pablo: «Sé vivir en pobreza y abundancia, estoy preparado para todo» (Fil. 4,12) . Pablo agradece a la comunidad de Filipos su ayuda, puede así satisfacer necesidades materiales de otros, pero les asegura que él sabe vivir en sobriedad, en libertad de espíritu. Solo es capaz de relativizar lo material quien ha aprendido a vivir a otros niveles, quien ha colocado su felicidad a suficiente altura como para no sentirse atado, quien ha confiado su suerte en algo menos voluble y engañoso que el dinero.
No es fácil, no, acostumbrarse a la necesidad cuando se viene de la abundancia. El paso del más a menos es duro de digerir. Se saluda y se bendice la suerte que viene con su cara más amable. Ya lo saben, los sabios de siempre, que no los intelectuales por apropiación, nos han traído las recetas que valen, las medicinas que alejan el mal. Nada de sucedáneos. Hemos hecho de este mundo un festín y ahora toca contraerse. Se nos han tapado los ojos y ahora toca arrancar los velos y aplicar paños calientes a una sociedad que se ha echado a temblar. Es obra de la sabiduría el dar con el manantial de la felicidad allí donde otros han cegado las fuentes.
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