ÁNGEL CARRETERO MARTÍN
Recordarán ustedes que ese es el título y estribillo de una bonita y conocida canción de Mecano. No es ese el tema que hoy nos ocupa sino la propuesta de repensar la persona en clave vocacional. Sin embargo, con el permiso de Ana Torroja y desde una interpretación cristianizada, sí que tiene elementos bien aprovechables para nuestro propósito. La letra de esta composición musical habla de alguien que pasa por ahí y, sin saber muy bien cómo, te hace vibrar en el interior. El caso es que te pones a buscarlo y en medio de las «confusiones» y «movidas» en que nos metemos su voz sigue resonando fuerte en el corazón como un radar en el mar. Por fin el barco llega a buen puerto y se encuentra a ese alguien «colgado de los palos y amarrado por los pies y por las manos». Termina diciendo: «Me pregunté: ¿quién lo pudo hacer? Trepé por la madera y aparté de tu cara la melena y te besé».
Lo que ya no es de tan libre interpretación es el reconocimiento objetivo de que en nuestra sociedad actual se ha producido una clara pérdida de la dimensión relacional de la vocación como tal. Dicho de otra manera: las corrientes antropológicas de nuestro entorno cultural tienen a confundir vocación con profesión. Suelen presentar a la persona como un yo autónomo sobre el que todo gira; les falta espacio para el tú, para la alteridad verdadera. No se concede dicho espacio al tú por ser considerado una amenaza que limita; y ya no digamos si ese tú es Dios, para algunos la amenaza ya sería total. Sin embargo, la experiencia histórica y la vida de la fe de quienes somos creyentes nos enseña que sólo en la relación libre e interpersonal la persona logra realizarse. Sin dicha relación estamos abocados al vacío de la «confusión» y a la soledad de las «movidas» por mucho que desde determinadas instancias o plataformas se enarbole la bandera de un «yo» como sujeto de derechos y obligaciones.
Pero si ese yo tiene experiencia de ser amado y valorado por el tú y desde ahí se entrega libremente por amor, es cuando entonces la persona adquiere toda su dignidad sin que importen tanto sus cualidades. Más claramente, lo que importa y fundamenta es el Tú divino del que arranca la vocación y el diálogo que se establece entre ambos; todo un encuentro de libertades, la divina y la humana, llamadas a desarrollarse en comunión, en mutua autodonación. No nos engañemos: una mentalidad pragmática, que sólo valora el sentido de la profesionalidad y la competencia, no va a hacer este mundo más humano, más solidario, más cristiano ni más divino. Urge educar en una concepción de la vida que vaya más allá de lo meramente profesional y económico si queremos salir de esta crisis sin meternos, dentro de unos años, en otra semejante.
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