JOSÉ ALBERTO SUTIL
Hay una expresión que, apareciendo ya en algunos autores medievales, se ha hecho típica y tópica en los tiempos modernos para señalar la incidencia de Dios en nuestras vidas: «Etsi Deus non daretur». Es decir, «si Dios no existe… todo está permitido». Quizás por eso, la tercera vez que el papa Ratzinger juega en casa, en su Alemania natal, el lema elegido es precisamente: «Donde está Dios, allí hay futuro». Una Iglesia y una sociedad complicadas, por su situación geopolítica y por su composición multicultural, reciben al Papa pastor y teólogo para ser iluminadas por la luz de la fe y de la razón. Precisamente esta metáfora de la luz ha sido ya utilizada por el prestigioso periódico alemán «Frankfurter Allgemeine Zeitung» y recogida por Giovanni Maria Vian, director de «L'Osservatore Romano». El sol no suele prodigar su presencia en Alemania, pero estos días pareciera que su timidez deja paso a una claridad que es la de los distintos mensajes del Papa a tan diversos auditorios: católicos y protestantes, judíos y musulmanes, políticos y hombres de la cultura, seminaristas y jóvenes. Tres ciudades están centrando su visita: Berlín, Erfurt y Friburgo de Brisgovia. Y sus discursos e intervenciones son como un desarrollo del lema de su visita: la condena de la barbarie nazi ante el Parlamento alemán, la reivindicación de la figura de Lutero y su pasión por Cristo y su pregunta por el Dios misericordioso, el aprecio por las comunidades judía y musulmana en Alemania o la capacidad de la fe cristiana de crear y ser futuro en dicho país. Todo ello para demostrar que, efectivamente, si Dios no existe, todo está permitido, pero que allí donde está Dios hay futuro. Así terminaba Benedicto XVI el discurso pronunciado ante el Bundestag, que espero que también lean nuestros políticos, si es posible antes del 20-N: «Debería venir en nuestra ayuda el patrimonio cultural de Europa. Sobre la base de la convicción de la existencia de un Dios creador, se ha desarrollado el concepto de los derechos humanos, la idea de la igualdad de todos los hombres ante la ley, la conciencia de la inviolabilidad de la dignidad humana de cada persona y el reconocimiento de la responsabilidad de los hombres por su conducta. Estos conocimientos de la razón constituyen nuestra memoria cultural. Ignorarla o considerarla como mero pasado sería una amputación de nuestra cultura en su conjunto y la privaría de su integridad. La cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma; del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa. Con la certeza de la responsabilidad del hombre ante Dios y reconociendo la dignidad inviolable del hombre, de cada hombre, este encuentro ha fijado los criterios del derecho; defenderlos es nuestro deber en este momento histórico».
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