ÁNGEL CARRETERO MARTÍN
Ya sé que puede sonar a tópico, es igual, pero hay cosas que o se viven en carne propia o de poco vale que uno se esfuerce mucho por contarlas. Este es el caso del «subidón eclesial» que estamos viviendo un número incontable de jóvenes venidos de todas las partes del planeta. Ya sé que los lectores de esta página están siguiendo por televisión el discurrir de este gran evento evangelizador. Pero insisto, no es lo mismo un periódico o la caja tonta que estar aquí, en la capital de España, en estos días y, sobre todo en este domingo que se hace capital del mundo cristiano.
Es un privilegio inolvidable poder gozar de un Madrid vibrante y festivo a más no poder, rebosante de fe y de juventud como nada ni nadie podría lograr si el que convoca es distinto del sucesor de Pedro. Qué bien nos han venido éstos días a los peregrinos zamoranos, a este país nuestro y en este momento concreto por muchas y variadas razones, a tantos miles de jóvenes extranjeros, a la Iglesia española, a la Iglesia Católica universal y, en definitiva, al mundo entero sin que por ello exagere lo más mínimo.
¿Acaso es exagerado reconocer el efecto transformador de un poco de sal en la comida o de un poco de levadura en medio de la masa del pan? Estoy convencido de que gran parte de estos jóvenes que me rodean consiguen poco a poco ese efecto transformador en sus ambientes, sin hacer tanto ruido como estos días, sin que se les vea por el canal internacional, más invisiblemente, claro que sí, como la sal o la levadura. Pero ahí están y aquí están ahora. Lo que aquí se está viviendo no es una alucinación, es un «subidón de jóvenes cristianos» provocado por el encuentro con Aquel a quien se puede casi «palpar» detrás, delante, en medio, arriba y abajo de estas muchedumbres. Él nos está inyectando una buena dosis de adrenalina espiritual de manera semejante a como en cierta ocasión y lugar lo hizo con Pedro, Santiago y Juan o con aquellos otros dos de Emaús.
El Maestro sigue confiando en nuestra lucha diaria, continuación de la suya, por hacer de la casa de nuestro mundo un hogar común donde triunfe la civilización de la solidaridad. Una nueva generación que, de una vez por todas, invierta en bolsas, bancos y valores que no den al traste cada no sé cuantos años y aún a riesgo de que a otros «inversores», pretendidamente más «listos», tengamos que advertirles que su capital es flor de un día. En ocasiones como ésta se hace bien visible que no estamos solos, que contamos con esta Iglesia de Cristo, instrumento indestructible para hacernos hijos de Dios y hermanos de todos. Y contamos también con un «padre amado» o un «papá», no un padrastro, que es el Papa: cercano, entrañable y profundo.
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