domingo, 19 de junio de 2011

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo


NARCISO-JESÚS LORENZO

Solemnidad de la Santísima Trinidad – Ciclo A

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16-18)

¿Será que somos poco conscientes de la fe que profesamos? Seguro que en más de una ocasión hemos podido escuchar de alguien para justificar su fe: «Mira, algo tiene que haber». Como si la fe fuera una percepción imprecisa de lo divino, en el caso de que exista. Respuesta que encaja perfectamente bien con una cultura postmoderna que ha consagrado como única verdad el conocido dicho: «nada es verdad ni mentira». Sin embargo nuestra fe en Dios, a pesar de tantísimos intentos por deslegitimarla, desde aquellos filósofos romanos, hasta nuestros días por parte, entre otros, del llamado «pensamiento débil», sigue resistiendo y presentándose con nueva vitalidad a la inteligencia y al corazón de los hombres que buscan la verdad. Y todo porque tiene como garantía la persona misma de Jesucristo, anunciado por la Iglesia en su grandeza, en su pobreza, en su excelencia y en su miseria. La fe en Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El consuelo que nos produce saber que la verdad, a pesar de las vicisitudes, ha llegado hasta nosotros, de que desde hace dos mil años la vida de los fieles, desde lo más sencillo hasta lo más transcendente, se hace invocando a la Trinidad, hemos de reconocer que en muchos cristianos estos vínculos trinitarios son poco conscientes y/o poco intensos. Además, estamos rodeados de imágenes deformadas del misterio de Dios. Ni Dios es la caricatura de los anuncios de café de George Clooney. Ni Jesús ese «pobre hombre» sobre el que cualquier escritor con habilidad periodística publica un libro en que, por fin, desvela sus misterios ocultados durante siglos por el Vaticano. Ni el Espíritu Santo es una variedad más de paloma.

La verdad sobre Dios, igual que la verdad sobre lo auténticamente humano, nos la ofrece Jesús. La Palabra de Dios nos la revela. La enseñanza de la Iglesia profundiza en ella y en la liturgia entramos en su comunión. Y por una vida evangélicamente vivida la gente puede experimentar, al menos, un rayo de verdad y una mirada de amor. Todo en la fe cristiana está arraigado en la fe trinitaria. Cada celebración litúrgica se hace en nombre de la Trinidad: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, cada fiesta, cada templo, cada acontecimiento salvífico, cada momento en la vida revelan una especial vinculación con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Por ello, aún aunque nos pudiera parecer algo abstracta en su redacción, esta oración de la Misa expresa bien lo que necesitamos: «Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo tu Palabra de verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio, concédenos profesar la fe verdadera».

La Opinión-El Correo de Zamora, 19/06/11.

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