domingo, 8 de mayo de 2011

El alma de Bin Laden


JOSÉ ALBERTO SUTIL

Cuentan de santa Teresita del Niño Jesús que a sus catorce años se conmovió por las noticias sobre Pranzani, un criminal condenado a la pena capital. Ella se propuso rezar por el alma de este pecador, para que se convirtiera, y pidió a Dios una señal de su arrepentimiento. Al día siguiente de su ejecución, Teresa lee emocionada en el periódico que, camino de la guillotina, en el último momento, Pranzani se para y se vuelve rápido, va donde el sacerdote que estaba cerca de él, le coge el crucifijo que éste tenía en las manos y lo besa tres veces. Pranzani se había convertido, era un milagro... Estos días hemos asistido al esperpento mundial del fin del terrorista Bin Laden. Digo esperpento, porque son muchas las voces que se han alzado, y no siempre de la manera más adecuada. Han aparecido una vez más como irreconciliables el sano orgullo del pueblo americano (¿y del mundo occidental?) y la furia «santa» de parte del Islam moderno. J. L. San Pío, padre de Silvia, la española muerta en los atentados del 11-S, aseguraba que se alegraba de la desaparición de Bin Laden de la escena mundial, no de su muerte. El cardenal francés A. Vanhoye recordaba en una reciente entrevista que hay que orar por el alma de Bin Laden. El portavoz oficial del Vaticano, padre F. Lombardi SJ, emitía las siguientes declaraciones al respecto: «Frente a la muerte de un hombre, un cristiano no se alegra nunca, pero reflexiona sobre la grave responsabilidad de cada uno ante Dios y ante los hombres y espera y se compromete para que cualquier acontecimiento no sea ocasión de un aumento posterior del odio, sino de la paz».

¿Qué pensar de Bin Laden? ¿Dónde esta su alma? ¿En el cielo, en el infierno, en el purgatorio? Ah, pero ¿todavía existe eso?, preguntarán algunos, incluso católicos. Hechos como éste nos recuerdan la des-in-formación, es decir, la falta de formación sobre temas religiosos en muchos de nuestros contemporáneos, creyentes y no creyentes. Que existe la posibilidad de perder al Dios para siempre (eso es el infierno) es claro en la predicación de Jesús y en la tradición de la Iglesia. Pero la Iglesia nunca ha dicho -porque no puede decirlo- que nadie «esté» allí. Sí que ha hecho, en cambio, lo contrario, la última vez el domingo pasado, con la beatificación de Juan Pablo II. El teólogo católico H. U. von Balthasar revolucionó la opinión pública de los años 80 cuando afirmó que él tenía la esperanza de que el infierno estuviera vacío, y rezaba por ello. Pero G. L. Müller, teólogo y actual obispo de Ratisbona en Alemania afirma más bien que en el cielo «los santos no oscilan entre la vivencia de su propia felicidad y la compasión de los condenados. Lo contemplan todo bajo la luz de la justicia de Dios». Diferentes opiniones pero la misma ansia de eternidad. Recemos, pues, con las palabras del «Dies irae»: «Al escuchar la súplica del (buen) ladrón, a mí me diste esperanza».

La Opinión-El Correo de Zamora, 8/05/11.

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