M.ª BELÉN SÁNCHEZ DE ANTA
En la semana que empezamos vamos a vivir que «Cristo nos ha librado del pecado y de la esclavitud de la ley y de la carne con su muerte y resurrección». Pero ¿qué relación hay entre la construcción del mundo y la salvación? La construcción del mundo es una tarea del hombre que realiza en función de su libertad. El hombre, para ser libre, tiene que distinguir entre lo bueno y lo malo de su conducta y asumirla con responsabilidad, por lo que libertad y responsabilidad van unidas. No se puede localizar el mal en las estructuras económicas, sociales o políticas, sino que depende también del hombre.
Nuestra libertad y autenticidad nos exigen asumir la responsabilidad de nuestra propia vida, estableciendo un diálogo interno con nosotros mismos, pero a la vez comprometidos con algo superior, la divinidad, que nos impulsa, nos libera de las ataduras mundanas y nos lleva hacía la realización del bien, meta que debemos tener todos, luchando por la justicia, que se proyecta sobre los pobres y las víctimas oprimidas, la dignidad humana y el amor a nuestros semejantes con responsabilidad social y solidaridad. San Agustín decía: «En el interior del hombre está la verdad», estableciendo una relación entre fe y razón.
Este es el concepto de libertad para los cristianos, donde se juega con los conceptos morales del bien y del mal, siendo el pecado el mal más profundo y estando el mal igualmente en las personas libres y responsables. Como dice Jesús, «no es lo que entra en el hombre lo que ensucia sino aquello que sale de su corazón».
Nosotros tenemos nuestra opción para elegir, pero ello requiere conocimiento e inteligencia para valorar la conveniencia de la elección. Por eso hay que buscar la perfección personal en el ámbito terrenal o temporal y en el espiritual, ya que para el cristiano la libertad no está solo en la elección de nuestra conducta, sino en elegir lo trascendente. Pero la libertad no es absoluta, ya que está condicionada a la supuesta libertad de los demás que no podemos perjudicar y que es imperfecta en sus extremos.
Esto se manifiesta en las palabras de Benedicto XVI al señalar que «solo de Dios se espera la salvación y el remedio. Él y no el hombre, tiene el poder de cambiar las situaciones de angustia. El mandamiento del amor es la regla suprema de la vida social en base al cual todos debemos de actuar con justicia no sólo para con Dios sino para el resto de los hombres, teniendo en nuestra mente las bienaventuranzas».
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