ÁNGEL CARRETERO MARTÍN
Ya han transcurrido casi diez años desde que algunos nos despedíamos de la Universidad Pontificia de Salamanca donde, en muchos sentidos, hemos vivido una de las mejores etapas de nuestra vida, concretamente en la Facultad de Teología. El reducido espacio de esta columna no da ni para empezar a recordar profesores y acontecimientos que han dejado huella profunda no solo intelectualmente, también en el corazón. Es el caso de don José-Román Flecha Andrés. Así es como miles de zamoranos lo conocen por las muchas veces que ha sido invitado a esta tierra hermana en la que siempre ha logrado abarrotar todos los aforos, como el del Club «La Opinión-El Correo de Zamora». Con mano de acero y guante de terciopelo ha llamado a las cosas por su nombre, con gran rigor y claridad, en tantos y tan diversos temas de la bioética y de otros campos que, desde la inspiración cristiana, van a contracorriente de las modas legislativas o de lo que técnicamente es posible y no por ello justificable.
Uno no puede menos de admirar que su serenidad, naturalidad y cordialidad haya sido siempre la misma. Lo mismo le daba explicar a los alumnos de teología, enfermería o periodismo, en Salamanca, Chile o California, que ir a dar la cara rodeado de víboras pagadas ante las cámaras de TV donde, más de una vez, ha sido enviado por nuestros obispos para ofrecer la luz del Evangelio en medio de las tinieblas que se cernían sobre asuntos delicados y polémicos. Claro está, aún a riesgo de ser arrojado a los leones de los nuevos circos del laicismo y del anticlericalismo más resentido y recalcitrante que aquí, a diferencia de nuestros países vecinos, no hay voluntad de superar. Por cierto, la última ha sido hace poco más de tres semanas: la profanación que han realizado setenta endemoniados de Gerasa en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid. Que Dios los perdone porque seguramente no sabían lo que hacían.
No puede olvidarse que el profesor Flecha ha compartido trabajo y amistad con otros grandes teólogos españoles de su mismo nivel: J. L. Ruiz de la Peña, fallecido prematuramente por culpa de un cáncer y el que más y mejor ha dialogado con científicos y pensadores del mundo moderno; A. González Montes, con un importante y reconocido servicio en el campo del ecumenismo, actualmente obispo en Almería; O. González de Cardedal, con una talla mística e intelectual que incluye en su haber una amistad muy especial, la de Benedicto XVI. Estos y algunos más han sido pilares de esta gran fortaleza y hogar abierto del saber teológico e interdisciplinar de Salamanca. A todos ellos, y particularmente a don José Román, nuestra más sincera felicitación y agradecimiento por su impagable aportación.
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