En el aniversario de la fundación de las Siervas de San José, el semanario católico Alfa y Omega le ha dedicado una página a la beata Bonifacia Rodríguez Castro, fallecida en Zamora, y que será próximamente canonizada por Benedicto XVI.
Cada mujer trabajaba según sus fuerzas, y se repartían los beneficios según las necesidades individuales; y el trabajo se entrelazaba con la oración y la meditación de la vida oculta de Jesús. Así se dedicaban a la promoción de la mujer los Talleres de Nazaret, de la congregación de Siervas de San José, fundada a golpe de sufrimiento y confianza por la Beata Bonifacia Rodríguez.
En agosto de 1905 moría en Zamora Bonifacia Rodríguez de Castro. Llegaba la hora de colmar sus deseos: estar con Jesús. Nació, el 6 de junio de 1837, en Salamanca, ciudad castellana, prestigiada por su famosa Universidad, en un momento en que la agitación revolucionaria era frecuente. Bonifacia procedía de una familia de artesanos laboriosos y profundamente cristianos. Fue una mujer privilegiada en su tiempo, «sabía leer y escribir» y tenía una profesión cualificada, la de cordonera.
Su vida se desarrollaba en el centro artístico y monumental de la ciudad, pues su taller estaba «enfrente de la Universidad». En él se reunían jóvenes amigas para la oración, el trabajo y el esparcimiento. De este grupo de jóvenes surgió la Asociación de la Inmaculada y San José, con fines de promoción y formación femenina, germen de la Congregación que apareció el 7 de enero de 1874: las Siervas de San José.
Bonifacia, junto con el padre jesuita Francisco Butiñá, dan vida a una nueva congregación, «distinta a las antiguas», de religiosas trabajadoras. Sus casas se llaman «Talleres de Nazaret, porque tienen como modelo aquella pobre morada donde Jesús, María y José ganaban el pan con el sudor de su frente». En los Talleres de Nazaret se vive la experiencia de la «oración y el trabajo hermanados», se acoge a las mujeres sin trabajo para su promoción laboral y religiosa. Las Siervas de San José no tendrían hábito, su traje será «el de las artesanas del país», como signo de pertenecer a la clase trabajadora.
Imitando a Jesús, María y José
La fundación de los Talleres de Nazaret estaba cerca del socialismo utópico: se trabajaba según las fuerzas de cada una y se repartían los beneficios según las necesidades; había un fondo común para todas, religiosas y seglares; se trabaja orando y meditando la vida oculta de Jesús, a imitación de María, que «guardaba todas estas cosas en el corazón». Este camino fue continuamente cuestionado, incomprendido y combatido por el pragmatismo y tradicionalismo de los hombres de Iglesia de su tiempo. Pero Bonifacia siguió su camino, venciendo barricadas en silencio y fidelidad a Jesús. Bonifacia también testificó la importancia de lo irrelevante y lo pequeño frente a la prepotencia y la eficacia de su siglo, como Jesús, que tomó «la condición de siervo pasando por uno de tantos».
Situada desde siempre en la clase trabajadora, fue levadura en la masa en el mundo trabajador femenino, a cuya promoción y evangelización entregó su vida. «El Taller es el coro», lugar del trabajo, la oración y la solidaridad. Bonifacia abrió una brecha en lo secular, considerando sagrado todo espacio profano. El trabajo es un lugar de encuentro con Dios, un lugar de fraternidad de una comunidad imitadora de la Familia Sagrada de Nazaret, Jesús, María y José.
Los Talleres de Nazaret, juntamente con Bonifacia, se hicieron más vulnerables con la expulsión del fundador y la ausencia del obispo que aprobó la congregación, monseñor Joaquín Lluch i Garriga. La fundación queda a la intemperie. Comienza para Bonifacia una situación de rechazo y desprestigio, también desde su propia comunidad. Bonifacia sufría todo en silencio, fiada de Dios y «corrigiendo con bondad y misericordia». Nada cambió en la orientación de la obra y de su comportamiento; su fidelidad era un muro en el que se estrellaba cualquier intento de modificación. Creía en la misión que el Espíritu le había encomendado.
Durante un viaje para la unión con otros talleres fundados por Butiñá en Cataluña, Bonifacia fue destituida como superiora, y comenzó para ella un tiempo de humillaciones, burlas y calumnias permanentes. En 1883, sale de Salamanca a fundar otro Taller de Nazaret en Zamora, con gran pobreza y abandono. «No tenía ni clavo en pared». Pasa necesidad, pero Dios le concede la perfecta alegría «como si nada le faltase». Después de marcharse Bonifacia de Salamanca, «la comunidad rehúsa dedicarse a ese objetivo», la acogida a las pobres en la congregación, «que fue para lo que se fundó el Instituto».
Se crea una leyenda negra sobre Bonifacia, donde la calumnia tiene el protagonismo. Después llegará el olvido. El proceso de marginación culmina con la aprobación pontificia del Instituto, en 1901, de la que queda excluida la comunidad de Zamora, donde se encontraba la Fundadora. Bonifacia sufre y espera, como grano de trigo caído en tierra. Sus intentos de unir su comunidad al resto de la congregación fueron inútiles, pero ella tenía fe y decía a su comunidad: «Cuando yo muera, os uniréis».
Sobre este horizonte de marginación y dolor, pero confiada en Dios, Bonifacia moría en Zamora. Aparentemente había fracasado. En 1936, se descubrió una caja escondida con documentos que la reivindicaban desde todos los ángulos: fundadora, laboriosa, caritativa y santa, «piedra angular que desecharon los arquitectos». Juan Pablo II la beatificó en 2003, y estamos a la espera de que Benedicto XVI la canonice.
Adela de Cáceres Sevilla, ssj
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