M.ª BELÉN SÁNCHEZ DE ANTA
Hay una frase célebre de autor anónimo que señala cómo el individuo puede renunciar a las posesiones materiales con el fin de acelerar su desarrollo espiritual -¡vía poderosa para sentirse bien!- que dice: «Hay gente tan sumamente pobre que solamente tiene dinero».
La religión desde el punto de vista de la providencia ha perdido influencia y ha dejado espacio libre a los intereses laicos, repitiéndose en los países donde hay más pobreza. Por ello se observa que las comunidades cristianas salen más beneficiadas cuando equilibran el Reino de Dios con el reino del hombre en lugar de utilizar el uno para suprimir el otro.
La lucha por la pobreza no es cuestión de servicios sociales ni un problema de ingresos mínimos, sino una cuestión de inserción social, cultural, política y de mentalización a nivel intelectual; estamos en una sociedad donde hay millones de personas que sufren por causa de las injusticias. Lógicamente siempre ha habido y habrá pobres, pero la situación actual en el mundo en que la mitad de la población está por debajo de la línea de la pobreza no tiene antecedentes, y es urgente y cada vez más necesario dar respuesta a este problema para erradicar la pobreza, proviniendo esta de un orden económico injusto.
Debemos conocer las causas de la pobreza, y para ello es necesario solidarizarnos y buscar y encontrar respuestas e ir contra lo que la produce, aportando ayuda inmediata y luchando contra la causa. Todo individuo vive en deuda con la sociedad y si reconocemos esta deuda estamos despertando la justicia en nosotros y en los demás. «Donde hay justicia no hay pobreza», según dijo Confucio.
Pero como oposición a la pobreza surge otro término que es fundamental para abordar este problema que es «la riqueza»; este término ha de utilizarse correctamente, ya que, en este mundo globalizado que últimamente va acompañado de una modernidad laica y un posmodernismo nihilista, si hacemos mal uso de la riqueza con lo que ello comporta, nos hemos cargado todo el sistema económico siendo una de sus consecuencias el incremento de los pobres; buscar riquezas como un fin en sí mismo es garantía de desgracia; pero si hacemos un uso sabio y compasivo del dinero mediante una distribución de la riqueza justa y equitativa, nos acercaremos a un orden económico más justo y caritativo deseado por todos, debiendo ser el Estado el que debe regular esa redistribución de la riqueza a través de sus departamentos ministeriales y realizando políticas integrales, por lo que ¿por qué no compartir la riqueza si con ello nos beneficiamos todos ya que nuestra meta es alcanzar un fin superior que es el bien común, para obtener la felicidad, sentimiento tan ansiado por el ser humano?; es una cuestión que está en nuestras manos, ya que todos, podríamos aportar nuestro granito de arena. Cultivemos el ejercicio de la caridad.
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