LUIS SANTAMARÍA DEL RÍO
Todos los años, Benedicto XVI se reúne con representantes de la curia romana en el mes de diciembre y pronuncia un discurso en el que analiza la actualidad, tal como se hace en otras muchas instituciones. Y se trata no de un repaso somero, sino de una profunda revisión propia de este Papa-teólogo. En el de hace unos días, tras comparar la situación de nuestro mundo con el Imperio romano decadente en el que floreció la oración de la Iglesia, que en Adviento pone su esperanza en Dios y le pide que actúe, afirmó que «también en nosotros la fe a menudo se duerme». Y después aborda varios temas importantes para los católicos de hoy: el drama de la pederastia en la comunidad eclesial; el reciente Sínodo de los obispos, que se dedicó a la situación de Oriente Medio; y su viaje apostólico al Reino Unido, con la beatificación de una figura tan destacada como John Henry Newman. Imposible resumir este discurso aquí, así que recomiendo su lectura.
Pero quiero volver a lo del principio: la fe dormida. Precisamente el día de Nochebuena, un político local me comentaba que, después de una sólida formación cristiana que valoraba con cariño, le quedaban las tres virtudes teologales. Eso sí -añadía-, la qué mas floja está es la fe. Me quedé gratamente sorprendido, pues estoy convencido de que si en la vida de una persona «funcionan» la esperanza y la caridad, es que el cimiento de la fe está ahí. Aunque no se vea. Sin la fe, las otras dos se vienen abajo, con la que está cayendo... Y ahora, al leer el discurso del obispo de Roma, encuentro la respuesta más apropiada a lo que me decía mi interlocutor: «la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora. Él nos desafía y se opone a nuestra pereza, pero precisamente así nos abre el camino hacia la felicidad verdadera». ¡Eso es!: Dios sigue actuando. Los cristianos creemos que el acontecimiento de la salvación sigue sucediendo cada día. Como dice también Benedicto XVI, «si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias».
Así que en estos días de celebraciones y de familia, y de tantos buenos deseos, éste es el mío para el año próximo: que se despierte nuestra fe, esa fe dormida en tantas ocasiones. Que en nuestro mundo, angustiado por tantas maldades y sufrimientos, brille humilde la luz de una fe coherente vivida por creyentes normales y corrientes. Que nos volvamos a creer que el nacimiento de un niño siempre es signo de esperanza y motivo para creer. Feliz Navidad, y que el año nuevo nos traiga eso tan antiguo y tan nuevo: la fe.
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