JESÚS GÓMEZ FERNÁNDEZ
Domingo XXVII del tiempo ordinario – Ciclo C
“Auméntanos la fe” (Lc 17, 5-10)
¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?, le pregunta Habacuc a Dios. Son tiempos difíciles, tiempos de anarquía caracterizados por la mentira que envuelve las relaciones públicas, por el engaño, el fraude y la criminalidad. Tiempos en que el hombre malvado, que niega a Dios, campea a su arbitrio. Dios no existe, ¿quién le pedirá cuentas? En cambio, el hombre piadoso que pone su confianza en Dios, se siente solo y abandonado. ¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches? Clamor de Habacuc, clamor de millones de seres humanos, que no recibe respuesta. Dramático silencio el de Dios, que ni se entiende ni se comprende; mucho menos nosotros, ávidos de saber la razón de todas las cosas.
Consciente de que Dios no se deleita contemplando este espectáculo de violencia y anarquía, Habacuc clama y clama. Nada ni nadie ahogará su clamor. Nada ni nadie ahogará el clamor de los no-nacidos, de los que sufren persecución por la justicia, de los que pasan hambre, de las víctimas del terrorismo y de las guerras. Son clamores que llegan a Dios. Y Dios responde a Habacuc en una visión: «Se acerca su término y no fallará; si tarda, espera; porque ha de llegar sin retrasarse». Y Habacuc se estremece contemplando en visión la desgracia que va a caer sobre los opresores. Ante la tremenda persecución que se abatía sobre el pueblo judío, Edith Stein, Sta. Teresa Benedicta de la Cruz, judía de nacimiento, decía: «El pueblo judío tiene que pagar la muerte de Abel, pero ¡ay de quien toque al nuestro pueblo!». Todos conocemos la terrible agonía del nazismo alemán. ¿Cuál será la paga que tengan que dar quienes acaban con tanta vida inocente, niños no-nacidos, víctimas injustas del terrorismo?
Se acerca su término y no fallará, responde Dios a Habacuc y a cuantos claman a él, víctimas de la injusticia.
Mientras tanto, el malvado tiene el alma henchida. ¿Acaso no vemos la ostentación y la autosuficiencia con que hacen gala? No hace mucho decía el papa Benedicto XVI: somos excluidos, ridiculizados, perseguidos. Ridiculizados en Occidente, perseguidos en Oriente, excluidos por todas partes. Mientras tanto el justo vive de la fe. «De fe en fe», comentará San Pablo, porque la fe no se posee de una vez para siempre. Cada mañana, cada momento de nuestra vida, entraña una nueva decisión, un nuevo acto de fe, es decir, del reconocimiento de la realidad de Dios.
De fe en fe nos vamos desarrollando. Auméntanos la fe, pedían los discípulos a Jesús. Y Jesús les responde: «Si tuvierais un mínimo de fe, le diríais a esta morera "arráncate de raíz y plántate en el mar", os obedecería». La fe en definitiva es capaz de realizar cosas sorprendentes, que desbordan las posibilidades humanas. ¿Acaso no desbordan todas las previsiones humanas los 2000 años de navegación de la Iglesia en medio de huracanes violentos? Para que conste, que quede escrito. Dios a Habacuc.
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