Zamora, 16/09/10. En la recta final de las XLIII Jornadas de Teología organizadas por la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) en colaboración con el Centro Teológico “San Ildefonso” de la Diócesis de Zamora, ha tenido lugar la segunda mesa redonda de presentación de diversas figuras contemporáneas y su acceso a Dios a través de diversas actividades humanas. En este caso, el pensamiento, el trabajo y la creación artística.
Edith Stein: una mujer de pensamiento valiente
Jesús García Rojo, sacerdote carmelita descalzo, doctor en Teología y profesor del área de Antropología Teológica en la UPSA, expuso la figura de Edith Stein (Santa Teresa Benedicta de la Cruz), como ejemplo de acceso a Dios a través del pensamiento. Comenzó diciendo que el pensamiento es lo que caracteriza y lo que dignifica al ser humano. La persona que piensa merece ser tomada en serio, y Edith Stein fue una de las personas que pensó, con un pensamiento que dio fruto.
“Su vida fue una apasionante aventura donde el pensamiento va a jugar un papel fundamental. Es una mujer que piensa, y cuyas decisiones han sido siempre muy pensadas. Nunca fueron tomadas a la ligera, y las llevó a cabo aunque tuviera que ir contracorriente”. Da muestras de una gran reciedumbre, y ante las incomprensiones familiares y las dificultades políticas de la Alemania de aquella época, responde sin desistir.
García Rojo destacó la coherencia entre el pensamiento y su vida. “Forman un todo inseparable. Piensa lo que hace y está dispuesta a cargar con las consecuencias de su decisión. En ella, pensamiento y vida están entrelazados”. Y por eso el ponente señaló seis hitos principales de su trayectoria. El primer hito lo situó en Göttingen, cuando se plantea la pregunta por la verdad en su entrada en la Universidad para estudiar Filosofía. Allí Stein conoció a Max Scheler, “un encuentro que la impactó, que le puso en contacto con un mundo hasta entonces desconocido para ella, y que incluía el hecho religioso. Allí aprendió a respetar el mundo de la fe, aunque no había descubierto aún ese camino para ella”.
El segundo hito: Frankfurt, un recuerdo inolvidable. En su catedral, sucedió algo muy significativo para ella, cuando le impresionó una mujer que entró para orar, y que no pudo olvidar nunca. Después defendió su tesis doctoral en Friburgo, bajo la dirección de Husserl. Parece que fue entonces cuando comenzó a pensar más en torno a la fe.
Tercer hito: cuando la familia del filósofo Adolf Reinach la invita a abrazar el cristianismo. “Ella fue sintiendo un interés creciente hacia lo religioso, y tras una larga reflexión decidió dar el paso de su conversión”. Entró en la política para defender el sufragio femenino, y la dejó poco después. Su salud no iba bien debido al combate interior que estaba librando. Sintió la necesidad de abandonar su casa para tomar la decisión más importante de su vida, que es el cuarto hito de esta trayectoria: el ingreso en 1922 en la Iglesia católica, después de haber leído la vida de Santa Teresa de Jesús.
Desde entonces, su actividad se amplió más allá de lo meramente intelectual, “convencida de que la religión no es algo para vivir en un rincón tranquilo, sino que ha de determinar la vida entera del creyente”. Y descubrió que es posible concebir la ciencia como un tipo de culto divino. Leyendo al Pseudo Dionisio, percibió la experiencia mística como cumbre de la experiencia de Dios, más allá de la teología afirmativa y de la teología negativa.
El último hito de su vida fue el encuentro con San Juan de la Cruz. “En él descubrió lo que nadie le había dicho: una visión clara del proceso espiritual. Encontró la respuesta a su búsqueda existencial, una verdad real y operante que va acercando al hombre al Crucificado. La cruz no es una teoría, sino un misterio que hay que vivir, y que ella vive asociándose a los sufrimientos del pueblo judío bajo la persecución nazi”. Su familia fue perseguida, y ella misma tuvo que abandonar el Carmelo de Colonia. “Una ciencia de la cruz sólo se puede adquirir si se llega a experimentar de fondo la cruz”, escribió Edith Stein.
Como conclusión, el profesor García Rojo señaló a la santa alemana como “un ejemplo de enfrentamiento al pensamiento único. Ella nos enseña a pensar, a reflexionar, para que no se estrechen las posibilidades del ser humano”. Además, “Edith Stein fue una mujer de horizontes abiertos, no se encerró en nada, y su talante abierto le brindó la posibilidad de conocer otros autores y realidades, desde el diálogo y no desde la confrontación”. De hecho, el mismo Juan Pablo II no dudó en citarla en la encíclica Fides et ratio.
Dorothy Day: la soledad en busca del amor verdadero
María Teresa Compte, profesora en la UPSA en su campus madrileño y coordinadora allí del Máster de Doctrina Social de la Iglesia, presentó la figura de Dorothy Day. Nacida en Nueva York y en proceso de beatificación. En resumen, “fue activista social, fundadora de un periódico y de una comunidad de vida, y concluyó su trayectoria con el encuentro con el Amor verdadero. Jamás vivió sola, siempre estuvo en compañía”. Fue periodista, y por eso al escribir sobre la razón de su fe no perdió tiempo.
Para Compte, Day “fue una mujer orgullosa de ser mujer. Y una mujer de síntesis, capaz de integrar lo natural y lo sobrenatural, equilibrada en todas sus áreas personales”. Cuando se casó, experimentó una felicidad natural, una paz en pugna consigo misma, con un ansia mayor de felicidad. Entonces comenzó a rezar más.
“Fue una mujer católica, que amó profundamente a la Iglesia porque conoció a Cristo. Porque la Iglesia le hacía visible a Jesucristo, a través de los sacramentos, la comunión de los santos, el rezo del rosario, la confesión, etc. Su pertenencia a la Iglesia católica fue un proceso de conversión, creciendo como creyente encarnada en la realidad”. Anhelaba salir de sí en busca del amor. Amó al mundo, a su familia, a sus amigos, a los hombres y a Dios. Anheló el amor humano, y deseó fervientemente despertar al lado de un hombre.
La ponente también subrayó que “fue una mujer de familia, con esposo e hija. Se sentía, sobre todo, madre. Pagó el precio de abandonar a su marido porque se hizo católica, y por eso sufrió. Anheló y buscó la plenitud. Quería encontrar a Dios. Amó la tradición porque amó la familia como comunidad de relación. Y comprendió que hacerse católica supondría dejar a su marido, viviéndolo como una desgracia”.
Fue una mujer necesitada de instrucción, sobre todo católica, y aceptó con humildad su formación. Sus encuentros con creyentes le enseñaron a descubrir que sus apetencias lo eran del Dios verdadero. No creía que lo sagrado de la vida pudiera sostenerse sin una vida de fe. Fue una mujer empeñada en la trascendencia, y entendió la socialidad del amor. Padeció el sufrimiento, pero esperó la alegría.
Su conversión al amor la llevó a amar al prójimo. Gracias a Peter Maurin, “formó parte de una comunidad al servicio de los trabajadores y de los pobres”. Vivió una teología del trabajo, encarnada en las obras de misericordia. Vivir en comunidad es la respuesta a la larga soledad, decía. Una de sus últimas afirmaciones: “todos hemos conocido la larga soledad, todos hemos aprendido que la única solución es el amor, y que el amor sólo llega en la comunidad”.
Teresa Peña: la mística sobre el lienzo
El último en intervenir fue Edorta Kortadi, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Deusto en San Sebastián, y crítico de arte en diversos medios de comunicación vascos. Entre sus trabajos, ha sido comisario de varias exposiciones. Expuso la figura de la pintora contemporánea Teresa Peña.
“¿Toda experiencia artística no es ya de por sí una experiencia religiosa?”, se preguntó al inicio de su intervención. Teresa Peña fue una mujer religiosa, y explicitó los contenidos religiosos en su obra. “¿Por qué unos artistas ven claro el tema espiritual y otros lo ven oscuro? Es el eterno enigma de por qué a algunos creadores les cuesta plantearse la cuestión religiosa”, según el ponente.
Kortadi conoció a la pintora en los últimos años de su vida, y expuso ante el auditorio zamorano los datos principales de su biografía. “Buscó la experiencia mística y estética unidas. Fue una exquisita sensibilidad adiestrada mediante el trabajo pertinaz, en la búsqueda de los demás y de la trascendencia. Quería expresar sus más profundos sentimientos. Hablaba de cinemática, es decir, imágenes en movimiento. Tenía claro que toda actividad artística debe estar entroncada con las cuestiones del espíritu”.
Sus repertorios de pintura parten del humanismo cristiano. “Me interesa dar existencia a los seres que pinto”, decía Peña. Le interesaba pictóricamente el ser humano, y en torno a él giraba toda su plástica. “El hombre como centro del mundo puesto a sus pies. Un hombre que es producto de dos cosas: materia y espíritu. Sobre el vacío del negro, trata de iluminar con luz las figuras que emergen, con una luz hecha de amor trascendente, una luz esperanzadora que disipa las tinieblas, que es la luz de Dios. Sus cuadros son una lucha entre el blanco y el negro, aunque algunos no sean estrictamente religiosos, pero siempre tienen un trasfondo simbólico. Siempre deja una puerta abierta a la interpretación del contemplador”. Aparecen también los pobres y los obreros, como seres anónimos.
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