FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ
Domingo XXVI del tiempo ordinario – Ciclo C
“Tengo cinco hermanos” (Lc 16, 19-31)
Lázaro vivía en el suelo de su portal, cubierto de llagas y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba». Jesús cuenta una parábola que empieza como una historia real. Quitemos el como. Bastaría con abrir los ojos, pero estamos tan inmunizados contra los discursos que nos llaman a mirar las realidades que no queremos afrontar, tan vacunados contra las situaciones que nos piden un cambio de corazón y de vida… que preferimos dar un rodeo para no ver, como en aquella otra parábola del samaritano herido. Pero ahí están hombres, mujeres y niños viviendo en el suelo. Sin lo suficiente para tener no solo una vida digna, sino siquiera una vida suficiente. Quizá Jesús acepte que nuestro corazón no quiera ver, pues sabe que está esclavizado por el ensimismamiento, la buena vida y las justificaciones que trae consigo esta sociedad nuestra que nos ofrece tantos beneficios. Sin embargo, lo que no acepta es que no queramos mirar si vamos con él. Nos fuerza con la parábola, es él mismo quien nos dice que si no miramos no estamos a su lado, que si no miramos nos enfrentamos a Dios que sí ve este estado de cosas.
Es inútil la discusión sobre si somos ricos o no, es preferible tomar conciencia de que la sociedad es injusta, de que los bienes y la pobreza, la suerte y la desgracia se reparten sin preguntar habitualmente quien los merece o no. Nosotros nacimos en este lado del mundo ¡con tantas ventajas de antemano!, otros nacieron allí donde no se resiste más que malviviendo.
La pregunta es si vamos a seguir haciéndonos los tontos en medio de tal injusticia, por el simple hecho de que podemos hacerlo o de que si no debiéramos aprender a vivir sobriamente y con generosidad. Pues bien, esto es lo que nos pasa. Cristo parece no tener poder más que para sacar unas migajas de dinero de nuestra cartera y unas migajas de compasión de nuestro interior. Y nos advierte de que estas migajas no fueron suficientes para que el rico participara del amor de Dios. Dios no olvidará a los que son humillados por el poder de la injusticia del mundo. Y hay que decir igualmente que ninguno de los que no quieren cambiar la situación podrá vivir la fraternidad definitiva del cielo. Pero ¿a quién le preocupa el cielo hoy? Jesús nos avisa: cuando el corazón se endurece por la buena vida, la vida verdadera se pierde. Muchos de nosotros entramos en el grupo de los cinco hermanos del rico que seguían viviendo ensimismados. Hoy Cristo resucitado llega a nosotros y nos dice: ¿De verdad que tu corazón es tan duro?, yo lo creé y no lo creo. Conviértete y vive dando vida.
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