NARCISO-JESÚS LORENZO
Domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C
“María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán” (Lc 10, 38-42)
Cuánta devoción existe a santa Marta! Son muchas las personas que invocan su intercesión ante Cristo cada martes en la iglesia parroquial de San Torcuato y la tienen por patrona: camareros y hosteleros, empleadas y empleados de hogar, por supuesto las amas de casa, y cada vez más amos de casa, incluso me atrevo a incluir aquí a todos los ministros inferiores de la liturgia: ceremonieros, acólitos y monaguillos que hemos de servir la Mesa Eucarística. Tenemos muchas cosas en común: se trata de trabajos modestos, que requieren mucho empeño y dedicación, tantas veces poco valorados, porque, como dijo alguien, «todo el mundo llega a mesa puesta». Sea la mesa familiar, sea la mesa del restaurante, sea la mesa eucarística. Tenemos en común que entre todos se hace presente el Señor. Sí, sí, de una forma o de otra. En las faenas del hogar, en las diversas profesiones y por supuesto en el altar. Traigo esto a colación, porque hoy en el evangelio aparecen Marta, María, Lázaro y Jesús. La familiaridad con la que Marta se dirige a Jesús, y cómo María se queda extasiada escuchando sus enseñanzas dan idea de que esa casa era para Jesús un poco como su casa.
Pero no solo los que servimos unas u otras mesas tenemos que ver con Marta; en general todos los que por trabajos, ocupaciones o preocupaciones corremos el riesgo de «no ver más allá». De no percibir la presencia y la acción de Dios en nuestras vidas. Jesús dice a Marta: «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas. Solo una es importante». ¿Cuántos se plantean hacer un hueco en el trabajo dominical para la Santa Misa, o para dejar a sus empleados que vayan? ¿Cuántos elevamos nuestro corazón a Dios mientras trabajamos, sea donde fuere: bufete, taller, comercio, escuela, para que Él inspire y sostenga nuestros trabajos? ¡Ah! y de esto tampoco nos libramos los curas. A veces las muchas misas, o la rutina, hacen que no nos sintamos sobrecogidos por estar en la presencia del Señor, participando en su Muerte y Resurrección cuando celebramos la Eucaristía. Se debería notar que lo que leemos en el misal, no lo leemos. Lo rezamos unidos a Cristo y por toda la comunidad, que nos observa y se une a nuestra oración más fácilmente cuando ven piedad en lo que hacemos.
O nos volvemos todos más contemplativos, rogando descubrir la presencia y la acción de Dios, o nuestra fe será mera creencia. No caeremos en la cuenta de que Cristo nos habla; de que Cristo está como pan horneado por el fuego del Espíritu Santo para ser nuestro alimento; de que Cristo está también en el hogar, entre las mesas, las máquinas o los papeles. Y sobre todo que está al lado de las personas con las que convivimos, nos cruzamos o reclamen nuestros servicios.
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