FRANCISCO GARCÍA MARTÍNEZ
Domingo VI de Pascua – Ciclo C
“El Espíritu Santo os irá recordando…” (Jn 14, 23-29)
Estamos tan acostumbrados a hablar y a escuchar hablar de la bondad de Dios en los últimos tiempos que nos ha pasado como antaño oyendo hablar de la justicia de Dios, aunque al contrario. Si entonces Dios para ser justo se había convertido en poco menos que en un implacable y terrorífico perseguidor de pecadores para enviarlos de cabeza al infierno, hoy lo hemos convertido en poco menos que un oso amoroso que proporciona paz psíquica y afecto vivencial. Y todo porque dejamos crecer la vida de Dios en nosotros de forma salvaje sin amaestrarla con la vida de Jesús, que es su verdadero jardinero. La idea de Dios se convierte así en una planta carnívora que nos devora con miles de exigencias y culpabilidades o en una margarita con que adornar nuestros días para que den apariencia de bellos o tranquilos.
Jesús sin embargo nos ofrece una palabra que juzga a Dios en nosotros. Que dice cuando este Dios de nuestras vidas es verdadero o no. Solo quien se acerca a la Palabra de Dios que es Jesús mismo aprende a distinguirle poco a poco. Aprende a discernir su presencia en el mundo más allá de si a veces parece desaparecer. Aprende a discernir su exigencia que lo abarca todo, que lo pide todo, pero con una paciencia que acepta y asume nuestra fragilidad. Aprende a discernir cómo nace la vida eterna que Dios da en esta historia mortal que es la de cada uno de nosotros y de los nuestros.
«El que guarda mi palabra, mi Padre lo amará», dice Jesús, y no se trata de que Dios no nos ame de antemano, sino que este amor queda oculto y sin eficacia cuando cubrimos su presencia con imágenes falsas que, llenas de los prejuicios, están muertas para amar. Para encontrar el amor de Dios hay que acercarse a Jesús, a su Palabra, acogerla como la pronuncia con su vida y querer adaptarse a ella. De esta manera vamos siendo uno con Cristo y Dios irá manifestando su presencia de vida en nosotros para bien de todos.
No basta ya, si es que alguna vez bastó, con tener devoción al Cristo de mis amores, al de esta ermita, o de aquella cofradía o de mi pueblo. Hay que padecer a Cristo, hay que hacerse disponibles a los caminos que traza. Y no basta hacerlo de memoria, como si ya lo conociéramos, hay que dejarle espacio para que nos hable, hay que dejar espacio a la lectura o a la escucha del Evangelio. Si no Cristo será un amuleto tan inútil y falso como los que nos venden en las ferias. La palabra que hoy pronuncia Jesús es clara y dice así: «el que no me ama no cumple mis palabras», pero podríamos decir: «que nadie diga que me ama si no cumple mis palabras». Pues bien, el que tenga oídos que oiga.
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