JESÚS GÓMEZ
Domingo V de Cuaresma – Ciclo C
“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más” (Jn 8, 1-11)
Muy grave debe estar la diócesis que no tenga seminario. ¿De qué hablamos, cuando hablamos del seminario? ¿De un edificio? No. Hablamos de un grupo más o menos numeroso de jóvenes que quieren ser sacerdotes y del entorno que los rodea; el más visible y exterior, el edificio; el más decisivo, el interior: el estudio sereno y gozoso, la pasión amorosa y sacrificada por el servicio, la inmersión en la piedad. Hablar del seminario, para mí, es hablar de 13 años de mi vida. Empezaron con besos y abrazos a toda la familia, un viaje de 5 km en carro de mulas por tierra llana, parada y fonda en un edifico ubicado en un montículo parcialmente circundado de montañas y bañado en parte por las aguas del Cantábrico; edificio lleno de huéspedes (¿tal vez 500?) hambrientos de estudio, de música, y qué música, de juegos y vida, de servicio y piedad, y no pocas veces de hambre de verdad. Después de idas y venidas, terminaron con el retorno a los besos y abrazos a toda la familia, nueva vestimenta y una carga inmensa, imborrable de vida, de alegría, y repique de campanas con bandera blanca para celebrar el ansiado éxito de esos 13 años: ser sacerdote.
Desahuciada debe estar la diócesis que no tenga corazón. Urgentísimo, pues, un trasplante. En Münster (Alemania), entre los escombros de una iglesia destruida por la aviación aliada se encontró un Cristo sin brazos. Al restaurarla, fijaron al Cristo en una nueva cruz y en el lugar de los brazos grabaron esta inscripción: «Yo no tengo más brazos que los vuestros». En la cruz Jesús espera brazos que suplan su carencia. Una espera que se traduce a esta otra frase: «Hay que orar por las vocaciones». Jesús pasó por las orillas del lado de Galilea, vio a Pedro, a Santiago y a Juan, los llamó, lo siguieron y fueron sus brazos. ¿Volverá a pasar por el lago? No volverá. Pasó por mi pueblo; muchos brazos le ayudaron de oriente a occidente, de China a Perú. Sigue pasando por pueblos y ciudades. Orar por las vocaciones es invitarle insistentemente a que entre en la propia casa y llame a sus hijos e hijas, no a las del vecino. Si las familias cristianas no sienten el deseo gozoso de tener hijos e hijas que sean llamados por Dios, el corazón de la diócesis dejará de latir. Persecuciones declaradas o muy sofisticadas han pasado y siguen pasando por la Iglesia. Es lo suyo. Pasar barriendo y limpiar la Iglesia. Cierto, pasan y hacen pupa. «La oración del justo es una gran fuerza muy dinámica». El corazón de la diócesis que no tenga seminario, recuperará su potente latido.
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