viernes, 19 de marzo de 2010

El obispo de Zamora, firmante de una carta pastoral sobre la cárcel


Los obispos de Ciudad Rodrigo, Salamanca y Zamora acaban de publicar una carta pastoral conjunta titulada “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme”. Con estas palabras tomadas del Evangelio encabezan un largo texto en el que reflexionan sobre la atención pastoral que la Iglesia católica está realizando en el Centro Penitenciario de Topas.

Zamora, 19/03/10. El obispo de Zamora, Gregorio Martínez Sacristán, visitó el Centro Penitenciario de Topas, en la provincia de Salamanca, el pasado 24 de septiembre de 2009, junto con los obispos de Ciudad Rodrigo, Atilano Rodríguez, y de Salamanca, Carlos López.

Fruto de aquella visita ha sido la elaboración de una carta pastoral conjunta que hacen pública ahora, con el título “Estuve en la cárcel y vinisteis a verme”, unas palabras del mismo Jesús tomadas del Evangelio según San Mateo. En su visita a la cárcel, los obispos de las Diócesis a las que corresponde su atención pastoral experimentaron “un profundo desgarro en nuestro corazón al pensar en los miles de personas que, en la prisión de Topas o en otros centros penitenciarios, viven aislados del mundo, privados de libertad y olvidados por casi todos”.

Recuerdan que “somos el país de la Unión Europea con la mayor tasa de reclusos: 157 por cada 100.000 habitantes”, lo que supone dificultades en las prisiones. Reconociendo que “la sociedad tiene derecho a protegerse contra quienes atentan contra la seguridad de sus miembros o contra sus legítimos bienes”, los prelados también se preguntan por las condiciones que han llevado a los reclusos a donde están.

Por eso afirman que “la delincuencia suele ser la salida no buscada ni deseada, pero que aparecerá desgraciadamente, mientras no se pongan los medios necesarios y adecuados por parte de las instituciones y de la misma sociedad para erradicar las causas que la producen, tanto de orden espiritual y moral, como de orden social”.

Cuando la libertad se concibe sin referencia a Dios ni a ninguna verdad absoluta, “corre el riesgo de conducir al egoísmo más brutal”. Y si no hay motivaciones profundas, y se confunde lo legal y lo moral, “cuando se debilitan o desaparecen las razones morales, queda debilitado el orden legal y favorecido el crecimiento de la delincuencia”.

Los obispos zamorano y salmantinos llaman a “abrir los ojos a la situación de los encarcelados” y a la realidad penitenciaria, ante la que la sociedad vuelve el rostro. Y valoran la importante labor de la Administración del Estado y de los funcionarios de prisiones al decir que “hay que alabar los esfuerzos realizados durante los últimos años con el fin de impulsar la programación de actividades educativas y formativas dentro de la prisión como el camino más adecuado para la reinserción de los reclusos”, así como “reconocer los planteamientos alternativos a la prisión”.

Aunque, viendo la realidad, constatan en la carta pastoral que muchas veces se logra sólo el castigo y no la reinserción, y proponen el camino “la reeducación y reinserción social requieren una transformación de la mente y del corazón de cada interno en el centro penitenciario, para que llegue a actuar de acuerdo con una escala de valores”. Esto requiere del apoyo de toda la sociedad, que al pretender su reinserción “debería acompañarlo en todo el proceso con profundo cariño, para acogerlo nuevamente al salir de la prisión y no abandonarlo a su suerte”.

Esta dura realidad la analizan los obispos a la luz de la Biblia y de la fe cristiana, intentando mirarla “con los ojos de Dios”. Recuerdan que la Iglesia siempre ha estado presente en la cárcel, y que en las comunidades cristianas se reza con frecuencia por los privados de libertad. El preso, creado por Dios, “tiene una dignidad y unos derechos que no pueden ser violados por nadie. La dignidad de la persona no queda destruida por los delitos cometidos; por tanto, cada ser humano debe ser valorado, respetado y tratado, no tanto por lo que haya podido hacer en el pasado, sino por la dignidad propia de su ser personal”.

Después de repasar la importancia de Jesucristo como liberador y salvador de todos los hombres, los obispos escriben que “la Iglesia propone a los encarcelados el ideal de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida; ora constantemente por su conversión y reinserción, reconoce en ellos la dignidad y los valores que existen en cada ser humano, perdona sus comportamientos errados, confía en sus propósitos de recuperación y acoge a cada uno como hermano en Cristo”.

Esto no se queda en palabras bonitas, sino que tiene una concreción real en la pastoral penitenciaria que llevan a cabo en Topas integrantes de las tres Diócesis. Lo reconocen los prelados al decir que “están llevando a cabo una abnegada y generosa labor pastoral los capellanes de prisiones y los religiosos y otros cristianos laicos que colaboran con ellos”. Un buen número de creyentes que “trabajan pastoralmente en los centros penitenciarios con la profunda convicción de que toda persona necesita el encuentro con Jesucristo, testigo del amor de Dios y salvador que puede liberar de todos los pecados, debilidades y miserias”.

La pastoral penitenciaria, explican, “lleva al ámbito peculiar de los Centros penitenciarios la misión de la Iglesia en su triple dimensión de anuncio del Evangelio de Jesucristo, de celebración de los sacramentos de la fe y de testimonio de la caridad”. De esta manera, esta labor religiosa contribuye, de forma profunda, “a la humanización de la convivencia entre los reclusos y de éstos con los funcionarios”.

Los obispos también llaman a sus fieles a una implicación mayor, y a “valorar más su importancia”, ya que “la falta del necesario apoyo y colaboración de los restantes miembros de las comunidades parroquiales y de la Iglesia diocesana, podría producir en quienes llevan a cabo inmediatamente la pastoral penitenciaria una cierta sensación de soledad y desánimo”.

Y por su relación con la pobreza y la marginación, piden “una mayor integración de la pastoral penitenciaria en los programas pastorales diocesanos y parroquiales y una mejor coordinación” a nivel intraeclesial.

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