sábado, 27 de febrero de 2010

Llegados a la montaña alta


JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN

De nuevo en el oscuro espacio de la Cuaresma. Oscuro por el color, por el tono de sobriedad que la acompaña, por la vergüenza de sentirnos desnudos, sin caretas ni disfraces. Un año más en la Cuaresma por lo mismo que volvemos sobre los santos, los aniversarios y las fiestas. También la vida es una continua repetición. Y el signo de entrada y la llamada ha sido, sigue siendo, la ceniza. Y he aquí que también este universo nuestro de la Semana Santa y de las cofradías ha escuchado la llamada. Impresiona, no puede ser de otra forma, la minuciosa relación de encuentros y asambleas, de quinarios y novenas, de pregones, que se van sucediendo sin pausa, sin respiro. El pasado domingo fueron las Asambleas Generales de las Cofradías de Nuestra Madre y la de Jesús Nazareno, otras se han adelantado o vendrán después. Hay que ir calentando motores. Y en esto no parece entrar la recesión, no hay recule, ni marcha atrás.

Y con la entrada en la Cuaresma y las Asambleas Generales fuerza es pensar en la Semana Santa en Zamora, una experiencia impagable para los visitantes y para nosotros una historia que, día a día, año tras año, vamos reescribiendo. Una fecha redonda la del 2010 para eso que queremos sea, ahora y siempre, una Semana de Pasión cumplida. Hacemos votos por una meteorología benevolente, que ya el pasado año se salió mirando al cielo y estrechando el recorrido. Pues ahora también mirando al cielo, que el enrarecido clima social nos lo demanda, y ensanchando el corazón. La fe es esa mirada desde la que nos entendemos y nos reconocemos los creyentes.

Toca ahora subir al monte y hacer espacio para el encuentro con Dios. Benedicto XVI en su «Jesús de Nazaret» nos ha dejado un bellísimo capítulo sobre a la Transfiguración. Vale la pena leerlo. Allí toda esa terminología del monte alto, de Elías y Moisés, de las tiendas, de la nube… Concretamente nos traslada al simbolismo general del monte: el monte como lugar de la subida no sólo externa sino sobre todo interior; el monte como liberación del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la creación; el monte que da altura interior y hace intuir al creador. Sólo el evangelista san Lucas menciona el motivo de la subida al monte de Jesús: «subió para orar». ¡Qué menos que un tiempo, la Cuaresma, para tirarse al monte y para apercibirse que valemos más nosotros que lo que hacemos, que las personas cuentan y Dios también! ¡Cuántas veces hay que cerrar los ojos para poder ver y cuántas no alcanzamos ni a intuir siquiera lo que tenemos delante, aún con ellos abiertos por completo! Complicado desentrañar el misterio, pero es al tiempo un aliciente poderoso.

La Opinión-El Correo de Zamora, 28/02/10.

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