AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ
Domingo V del Tiempo Ordinario – Ciclo C
“Por tu palabra echaré las redes” (Lc 5, 1-11)
Desde el comienzo del mundo el hombre ha querido ser como Dios, capaz de valerse por sí mismo sin alguien que le ponga límites ni le recuerde y supla su debilidad. Ése fue el primer pecado, que ha dejado su huella más o menos explícita a lo largo de la historia humana. Los filósofos materialistas del siglo XIX, como Feuerbach o Marx, lo manifiestan con absoluta rotundidad: “Es necesario suprimir a Dios –afirman– para logar el nacimiento del verdadero hombre. Sólo cuando el hombre sea el ser supremo para el hombre la humanidad será verdaderamente libre”.
Pero la realidad es tozuda y, a pesar de los insospechados niveles logrados en muchos campos de la ciencia, la tecnología, el pensamiento, etc., las limitaciones aparecen una y otra vez de forma contundente, y no hemos acabado con el hambre, las guerras, las catástrofes, las enfermedades, que aparecen novedosas cuando otras son superadas. Ni siquiera podemos decir que prescindiendo de Dios la humanidad sea más libre, porque crea otros dioses exigentes y esclavizantes que no la hacen más feliz.
Resulta sumamente ilustrativo el relato evangélico. Si en algo era Pedro verdaderamente experto era en pescar. Ésa era su profesión. Conocía los secretos de la pesca y cada palmo de aquel lago que tantas veces había navegado echando y recogiendo redes con su padre y con Andrés, su hermano. Aquel no era un buen día de faena, bien seguro estaba. Pero “por tu palabra echaré las redes”. Se fió de aquella palabra que le invitaba a remar mar adentro por encima de su seguridad y su experiencia. Y le fue bien.
En muchos ámbitos de la vida nos ocurre que iniciamos una tarea con esfuerzo e ilusión, confiados en la experiencia, en las propias fuerzas… pero aparece el fracaso, el cansancio, la decepción. Y creemos que tirar la toalla es la única solución, o intentamos la huida hacia adelante en una carrera alocada y sin horizonte.
Los humanos podemos perder la fe en Dios, pero Él no ha perdido la confianza en los hombres, Siempre está ahí su palabra animosa: “sigue adelante”, “rema mar adentro”. Esa Palabra que cura enfermos, que calma tempestades, que perdona pecados, que siempre es eficaz. Quienes confían en ella y la siguen no quedan disminuidos en su personalidad ni en su libertad, saben mirar la vida con esperanza, con los mismos ojos de Dios, trabajando animosos por mejorar este mundo al que Dios amó tanto que le envió a su propio Hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario