JOSÉ ÁLVAREZ ESTEBAN
Me concedo la licencia de apuntar hacia otro lado, de desviar el tiro de esa que viene a ser la diana común para los que escribimos en este espacio religioso dominical. Y me lleva a ello mi propio pasado docente y esas tres biografías, tres formas de afrontar la vida, que nos han pasado por delante en el brevísimo espacio de una semana. Los doce años de entrega al estudio de San Ildefonso, y la formación académica en Nápoles y en París de Tomás de Aquino y la reconversión de cura rural en educador de calle del joven presbítero Juan Bosco. Dura dedicación al estudio en los dos primeros, opción decidida por la escuela y la educación en el fundador de los Salesianos. Hoy, su fiesta.
Escribí hace unos meses un artículo con el título “Asignatura pendiente” y decía allí que “estábamos perdiendo la oportunidad de sacar al sistema educativo de estériles controversias y prepararlo así para responder a los desafíos que puedan plantearse”. Leo ahora que la educación ha irrumpido con fuerza inusitada en la agenda política y social del momento. Y me digo: “¿a qué cotas de desconcierto estaremos llegando para que, debatiéndonos al tiempo en campos tan sensibles como los de la justicia, el paro, la distribución territorial, el futuro de las pensiones…, vuelva a surgir con igual y mayor fuerza si cabe el siempre mentado, adormecido a veces, nunca concluido tema de la educación?”. Ahora el reclamo y el banderín de enganche se llama “pacto por la educación”. Suena bien, pero no hay quien nos quite el temor de que esa oferta de pacto no sea más que uno de tantos intentos de entretener a la oposición y de confundir a la opinión pública y ver así cómo ocultar esas heridas por las que nos desangramos, ese boquete por el que se marcha a borbotones la ya menguada credibilidad de la actual política socialista.
¿Urge el consenso? Pues sí, aún sobre consideraciones de oportunismo electoral. Urge el consenso para no quedar a merced de las siglas que gobiernen o del iluminado de turno que ostente el poder. Lo importante en la vida es lo que necesita mayor estabilidad. Las bases que sostienen y dan solidez a una sociedad ordenada no pueden quedar expuestas a la veleidad de zapadores sin escrúpulos que, por lo mismo que levantan y tienden puentes, derriban, si ven conveniente, lo construido. Y esa labor de zapa la van haciendo las fluctuaciones políticas, el oportunismo, la ideología imperante, las corrientes de opinión, los eslóganes y consignas de la calle, el adormecimiento de una sociedad gozosamente hipnotizada por el progreso y el bienestar. Cuando no hay cimientos morales compartidos se viene abajo la misma convivencia social. La familia y la escuela tienen el derecho y el deber de poner esos cimientos, por ese orden. Tiempo habrá después para construir sobre ellos.
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