El pasado domingo 11 de octubre, el papa Benedicto XVI canonizaba a dos españoles. Uno de ellos, el Hermano Rafael, nació en Burgos y vivió su vocación monástica como trapense en el monasterio de San Isidro de Dueñas (Palencia). Castellano-leonés de pura cepa, por tanto. Para la primavera del próximo año está prevista también la canonización del Padre Bernardo Hoyos, jesuita, apóstol en España de la devoción del Corazón de Jesús. Nació en Torrelobatón (Valladolid), o sea que otro paisano. Y parece que el proceso de canonización de nuestra querida Madre Bonifacia marcha viento en popa -el viento del Espíritu, se entiende- pues el milagro necesario para seguir adelante ha sido ya reconocido. Ella que vivió el hogar de Nazareth a caballo entre el Tormes y el Duero se nos hace todavía más cercana. Santo, santo y santa. ¡Qué gozada poder decir que son de los nuestros, pero que no son sólo nuestros! La canonización significa que la Iglesia no sólo ha reconocido ya la santidad de su vida, sino que también los propone a toda el mundo católico como modelo y ejemplo. Está bien esto de que por una vez seamos famosos no por nuestro pesimismo, o por el despoblamiento, o por el inmovilismo de nuestros gobernantes (y nuestra propia parálisis), o por el envejecimiento de nuestra población. Resulta que tendremos no tardando mucho, si Dios quieres, tres nuevos santos que desde allá arriba algo harán también por esta tierra que es la suya, que les vio nacer y/o crecer en gracia. Y también desde allá arriba nuestro querido Juan Pablo II sonreirá satisfecho, él que señaló la santidad para todos en tantas ceremonias de nuevos santos y beatos, él que tanto amaba a nuestro país y que señaló la santidad como prioridad para este tercer milenio de la historia. Y también Benedicto XVI sonreirá satisfecho, aunque un poco más tímido, pensando en aquellas palabras que pronunció hace ya mucho tiempo en una conferencia en Munich, una conferencia que se titulaba “¿Por qué permanezco en la Iglesia”: “No es una vergüenza ser y permanecer cristianos en virtud de estos hombres y mujeres que, viviendo un cristianismo auténtico, nos lo hacen digno de fe y de amor”. Y sonreiremos todos nosotros, porque todavía más tímidamente nos preguntaremos en el secreto de nuestro corazón: ¿Y por qué yo no? ¿Y si yo...? La santidad ni está de moda ni sabe de moda, pero todos tenemos nuestra talla, vocación la llaman algunos. Se trata de hacer como cuando vas de compras, se trata de encontrar la talla adecuada...
La Opinión-El Correo de Zamora, 18/10/09.
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