domingo, 20 de septiembre de 2009

¿Quiénes son los importantes?


AGUSTÍN MONTALVO FERNÁNDEZ

Domingo XXV del Tiempo Ordinario - Ciclo B

“El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí” (Mc 9, 29-36)

Muchos a esta pregunta responderán que los importantes son los grandes hombres de las letras, las ciencias o las artes, los líderes políticos, los deportistas excepcionales… Algunos tal vez respondan que los que ocupan altos puestos en la jerarquía de la Iglesia, o los que han realizado gestos grandiosos a favor de la humanidad. Para no pocos, aunque no lo expliciten, importantes son algunos personajes del «marujeo» televisivo (no deja de ser sorprendente la reciente constatación de que uno de estos personajillos era mucho más conocido que las más destacadas ministras del gobierno).

Jesús no niega le existencia de rangos de importancia entre los hombres…, pero enseña a valorarlos con criterios en orden inverso a los nuestros. Enseña que para ser importante hay que situarse abajo, que es necesario convertirse en servidor. Más aún, el evangelio de hoy muestra que los verdaderamente importantes son los últimos, en aquella época los niños como símbolo de lo más insignificante, lo que no cuenta, lo que está en situación de inferioridad. Porque en los últimos él se hace presente: «a mí me acoge», «cuando hicisteis esto con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).

Él es el más importante, el único verdaderamente importante. Pero «no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su grandeza y tomó la condición de esclavo» (Flp 2, 6-7).

Qué difícil resulta entender esto y cuánto cuesta, por eso mismo, aceptarlo. Tampoco los discípulos lo entendieron. Les había anunciado su muerte y resurrección, les había propuesto lo que significaba seguirlo, acababa de transfigurarse ante ellos para afianzar su fe…, pero no lo entienden y se dedican a discutir quién era más importante entre ellos. La pregunta de Jesús les resulta embarazosa y callan avergonzados.

Sin embargo no faltan entre nosotros quienes sí lo entienden y se hacen últimos sirviendo a los verdaderamente importantes. Unos confesando explícitamente el evangelio como motivo de su modo de actuar, otros sin saberlo movidos por el Espíritu Santo, que actúa donde quiere y como quiere; unos en países lejanos, otros a nuestro lado; multitud de hombres y mujeres anónimos a quienes nadie impondrá nunca una medalla, pero que se desviven en el servicio sencillo y desinteresado a los demás; personas que no actúan sólo para su propia satisfacción, sino que se preocupan por hacer un poco más felices a los otros; gente normal que desde voluntariados o desde su realidad ordinaria dedican tiempo, recursos y energías a quienes la vida excluye o arrincona.

La Opinión-El Correo de Zamora, 20/09/09.

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